“Les dimos a los nazis lo que ellos le negaron a sus oponentes, la protección de la ley”.
—Henry Stimson, antiguo Secretario de Guerra de EE. UU., al describir el Tribunal Militar Internacional que se llevó a cabo en Nuremberg, Alemania.

Cuando la guerra en Europa terminó en mayo de 1945, los Aliados enfrentaron la enorme tarea de reformar la sociedad alemana y reeducar a su población, después de 12 años de dominio nazi y de un régimen constante de propaganda de odio. El “nazismo”, como explicó el escritor judío alemán Victor Klemperer en 1946, se había “impregnado en la piel y la sangre del pueblo por medio de palabras sueltas, modismos y enunciados impuestos en un millón de repeticiones y asimilados de manera mecánica e inconsciente”.

Los Aliados obligaron a los alemanes a enfrentarse a su pasado reciente, al exponer la criminalidad del régimen nazi en los juicios contra los líderes de esa nación y al erradicar los vestigios del culto al Führer y de la propaganda de Joseph Goebbels. Por primera vez en la historia, los tribunales a cargo del procesamiento de delitos de guerra juzgaron a los propagandistas, a esas personas cuyas palabras, imágenes y artículos contribuyeron a la agresión, la persecución y el asesinato masivo perpetrados por los nazis.

Tribunal Militar Internacional: un juicio sin precedentes

Durante la guerra, los Aliados les advirtieron en repetidas ocasiones a Alemania y a las demás potencias del Eje sobre su determinación de castigar a los funcionarios del gobierno, las fuerzas armadas o el partido nazi que fueran responsables de efectuar acciones delictivas.

Tribunal Militar Internacional de Núremberg - Fotografía El Tribunal Militar Internacional inició sus actividades el 20 de noviembre de 1945 en Nuremberg. Al difundir el juicio de los principales líderes nazis entre la población alemana, los Aliados esperaban desacreditar el régimen de Hitler y dejar al descubierto el alcance de la agresión y los asesinatos masivos. En el Palacio de Justicia se contó con la presencia de 250 periodistas de todas partes del mundo. Para asegurarse de que el pueblo alemán recibiera las noticias de los juicios, las autoridades de ocupación aliadas aumentaron la asignación de papel periódico para la prensa alemana y, durante el tiempo que duró el juicio, las estaciones de radio transmitieron informes con comentarios varias veces al día. A partir del 7 de diciembre de 1945, los noticieros cinematográficos comenzaron a transmitir informes regulares sobre el juicio al público que acudía a los cines de todo el mundo.

En muchos aspectos, los juicios de Nuremberg no tuvieron precedentes. Nunca antes se había juzgado a tantos líderes de un país en un tribunal formado por sus conquistadores militares. Se acusó a 24 personas que representaban todos los sectores de la vida política que existió durante el régimen nazi, de cuatro delitos: planificación común o conspiración para cometer delitos contra la paz, delitos contra la paz, delitos de guerra y delitos contra la humanidad.

Entre los acusados se encontraban dos personas vinculadas a la creación o a la difusión de la propaganda nazi. Los argumentos contra Julius Streicher, editor del periódico Der Stürmer, y contra Hans Fritzsche, funcionario del Ministerio de Propaganda e Información Pública, se basaron por completo en sus acciones como propagandistas. La acusación incluyó la declaración de que la propaganda era

“una de las armas más poderosas de los conspiradores (que) desde el principio… valoraron la urgencia de la tarea de inculcar a las masas alemanas los principios y la ideología nacionalsocialistas”, y que usaron la propaganda “para preparar psicológicamente el terreno para la acción política y la agresión militar”.

¿Existe una conexión entre las palabras y los actos?

El desafío fundamental que debió enfrentar la fiscalía en sus argumentos contra Streicher y Fritzsche consistió en demostrar un nexo directo y causal entre las actividades de los propagandistas nazis y la implementación de una política de agresión o asesinato en masa. ¿Existe realmente un nexo directo entre las palabras y los actos?

El caso de Streicher resultó ser el más sólido de los dos, ya que los 22 años de circulación de Der Stürmer proporcionaron abundante evidencia del odio fanático de Streicher contra los judíos y los llamados a la acción en contra de ellos. El tribunal declaró culpable a Streicher de delitos contra la humanidad y concluyó que 23 artículos publicados en Der Stürmer entre 1938 y 1941 habían hecho un llamado al exterminio de los judíos. La evidencia principal que se utilizó para determinar que Streicher tenía conocimiento de la “Solución Final” fue su suscripción a un periódico judío suizo llamado Israelitische Wochenblat (Israelita Semanal), que publicaba informes de los asesinatos a manos de los nazis.

El tribunal determinó que

“la incitación de Streicher al homicidio y al exterminio en el momento en que los judíos del Este estaban siendo asesinados en las más horribles condiciones, representa claramente una persecución por motivos políticos y raciales en relación con los delitos de guerra, según lo que se define en el estatuto, y esto constituye un delito contra la humanidad”.

El tribunal sentenció a Streicher a morir ahorcado. El 16 de octubre de 1946 a las 2:12 A.M., Streicher fue llevado al cadalso y murió ahorcado. Los juicios de la posguerra confirmaron el importante papel que ejerció la propaganda para mantener el apoyo popular al régimen nazi, y justificar la persecución de los judíos y de otras víctimas de la era del Holocausto. El juicio de los propagandistas por “delitos contra la humanidad” sentó un precedente importante que hasta el presente se sigue invocando en los organismos y los tribunales internacionales.

Desnazificación

Mucho antes de que la guerra terminara, los Aliados se comprometieron a destruir el militarismo alemán y el nazismo. Después de la derrota alemana en mayo de 1945, las autoridades de ocupación comenzaron a implementar ese objetivo de guerra. Durante la Conferencia de Potsdam (entre julio y agosto de 1945), las naciones victoriosas establecieron los principios fundamentales de la reforma de Alemania, según los cuales la nación sería completamente desarmada y desmilitarizada, sus fuerzas armadas se eliminarían, y su población se “desnazificaría” y se reeducaría.

Durante el período inmediato a la posguerra, en la Alemania ocupada por los Aliados, la “desnazificación” incluyó el cambio de nombre de las calles, los parques y los edificios con asociaciones militaristas o nazis; la eliminación de monumentos, estatuas, anuncios y emblemas relacionados con el nazismo o el militarismo; la confiscación de propiedades del Partido Nazi; la eliminación de propaganda nazi de la educación, de los medios de comunicación alemanes y de las numerosas instituciones religiosas que tenían líderes y clérigos pronazis; la prohibición de desfiles o himnos militares o nazis, o la exhibición pública de símbolos nazis.

Los soldados aliados, los exprisioneros de los campos de concentración y los alemanes que se oponían a Hitler se vengaron de los símbolos nazis quemando o destruyendo banderas, estandartes y carteles estampados con la esvástica. En un momento que fue captado por las cámaras cinematográficas, los soldados estadounidenses dinamitaron la inmensa esvástica del estadio de Nuremberg, el lugar donde se habían llevado a cabo las manifestaciones nazis.

Para quienes presenciaron esto, ya fuera en persona o en los noticieros de los cines, la explosión simbolizó el fin del nazismo y el comienzo de una nueva era. Era necesario desacreditar el culto al Führer, y se demostró que el exlíder alemán había sido un maniático asesino de masas, cuyas políticas habían provocado el sufrimiento de millones de europeos y habían llevado a la destrucción de Alemania. Los equipos de filmación documentaron el momento en que los trabajadores derribaron con mazos un enorme busto de metal de Hitler y fundieron las placas de imprenta de plomo de su autobiografía, Mein Kampf, con el fin de producir tipos para un periódico democrático de la nueva Alemania. En la Alemania de la actualidad, la distribución de propaganda nazi continúa siendo ilegal.

Aceptación de la culpa

Los alemanes ordinarios que seguían los juicios de la posguerra contra los propagandistas vieron que las figuras de los medios como Julius Streicher o la directora de cine Leni Riefenstahl, para evitar la horca o para salvar su carrera y su reputación, se negaron a asumir la responsabilidad por su participación en los delitos nazis y se mostraron poco arrepentidos. La excepción fue la declaración de Hans Fritzsche, uno de los acusados de Nuremberg, que dijo lo siguiente:

“Después de que la forma de gobierno totalitario ha provocado la catástrofe del asesinato de 5 millones de personas, considero que esta forma de gobierno es incorrecta, aún épocas de emergencias. Creo que con cualquier tipo de control democrático, incluso con un control democrático restringido, esta catástrofe habría sido imposible”.

El exlocutor de radio concluyó: “Todas las personas que después de Auschwitz continúan adheridas a la política racial, se han declarado a sí mismas culpables”.

Se requerirían nuevas generaciones de alemanes, incluidos intelectuales, que nacieron después de la guerra y que participaron activamente en las últimas tres décadas del siglo XX, para cuestionar la conducta de sus padres y abuelos durante los años del nazismo.

Streicher
Los fiscales de Nuremberg tuvieron dificultades para demostrar que Streicher tenía conocimiento y era personalmente responsable de la implementación de la “solución final”. Un artículo redactado para Der Stürmer el 4 de noviembre de 1943 sugiere que Streicher sí tenía conocimiento de esto:

“Realmente es cierto que, por así decirlo, los judíos han desaparecido de Europa y que la ‘reserva judía del Este’, desde donde se originó la pestilencia judía que ha atormentado durante siglos a los pueblos de Europa, ha dejado de existir. Fue el Führer del pueblo alemán quien profetizó al comienzo de la guerra lo que ahora ha sucedido”.

Al dar testimonio en su propia defensa, Streicher insistió en que solo se había enterado de los asesinatos masivos cuando ya era prisionero de los Aliados. También afirmó que sus discursos y artículos no tenían el objetivo de incitar a los alemanes, sino solo de “informarles” y “explicarles” “sobre un asunto que, en mi opinión, era uno de los más importantes”. Streicher, a quien los psiquiatras habían evaluado como una persona cuerda, pero obsesionada con el odio a “los judíos”, se proyectó como una persona poco sincera, en quien no se podía confiar.

Durante los argumentos de cierre en el tribunal de Nuremberg, la fiscalía describió en detalle la culpabilidad del acusado:

“El acusado Streicher es cómplice en la persecución de los judíos dentro de Alemania y en los territorios ocupados, que culminó con el asesinato masivo de aproximadamente seis millones de hombres, mujeres y niños. La propaganda publicada en Der Stürmer y en otras publicaciones de Streicher, por las que admitió ser responsable, estaba calculada para despertar el miedo y el odio fanáticos contra los judíos y para incitar a cometer homicidios. Se difundió, además, en un país en el que no existía un mercado libre de ideas; en el que, de hecho, como el acusado Streicher bien sabía y aprobaba, no era posible expresar públicamente ningún argumento contrario; y en el que, por lo tanto, el impacto de dicha propaganda tenía una fuerza claramente previsible y peculiarmente arrolladora. A través de la propaganda destinada a incitar el odio y el miedo, el acusado Streicher se dedicó, durante un período de 25 años, a crear la base psicológica esencial para llevar a cabo un programa de asesinato masivo. Esto, por sí solo, bastaría para declarar su culpabilidad como cómplice del programa criminal de exterminio”.

Al no poder probar que Streicher tenía una conexión casual con la implementación real del asesinato masivo, la fiscalía aceptó el argumento de que Streicher activamente “recomendó y promovió el programa de exterminio” mientras se estaba cometiendo el asesinato masivo.

Fritzsche
Hans Fritzsche, del Ministerio de Propaganda, fue el oficial alemán de menor rango que se sometió a juicio en el Tribunal Militar Internacional. Fritzsche probablemente terminó entre los acusados alemanes de mayor rango porque la muerte del Ministro de Propaganda Joseph Goebbels dejó a los Aliados sin un acusado que representara al Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda. Además, los Aliados occidentales estaban deseosos de tranquilizar a los soviéticos al seleccionar a Fritzsche, uno de tan solo dos acusados de Nuremberg que estaban bajo custodia soviética en 1945. Fritzsche había fungido como director de la División de Radio del Ministerio de Propaganda y conducía su propio programa, Hier Spricht Hans Fritzsche! (¡Habla Hans Fritzsche!).

El fiscal del caso de Fritzsche trató de probar la culpabilidad del acusado haciendo referencia a las descaradas declaraciones antisemitas de sus muchas transmisiones, que la BBC había interceptado y traducido al inglés. “Fritzsche no está en el banquillo de los acusados como un periodista libre”, argumentó el fiscal,

“sino como un eficiente y controlado propagandista nazi… que ayudó de manera sustancial a reforzar el poderío nazi sobre el pueblo alemán (y) que hizo más digeribles los excesos de estos conspiradores para la conciencia del pueblo alemán”.

El tribunal consideró que la evidencia no era convincente y declaró inocente a Fritzsche de los tres cargos en su contra. “Al parecer, en algunas ocasiones, Fritzsche hizo fuertes declaraciones de naturaleza propagandista en sus transmisiones”, concluyeron. “Sin embargo, el Tribunal no está preparado para afirmar que estas declaraciones tuvieran la intención de incitar al pueblo alemán a cometer atrocidades contra los pueblos conquistados, y esta persona no puede ser declarada participante de los delitos que se le imputan. Su objetivo fue más bien despertar el sentimiento popular en apoyo de Hitler y del esfuerzo bélico alemán”.

El fallo del tribunal en el caso Fritzsche estableció una importante distinción entre el discurso de odio, la propaganda de odio y la incitación. Si bien Fritzsche hizo transmisiones y declaraciones antisemitas durante el ejercicio de su cargo, no hizo un llamado específico al asesinato masivo de los judíos de Europa. Esto distinguió claramente su propaganda de la de su coacusado Julius Streicher (solo el juez soviético, el Teniente General I. T. Nikitchenko, expresó su desacuerdo diciendo: “La difusión de mentiras provocativas y el engaño sistemático de la opinión pública fueron tan necesarios para la realización de los planes de los hitleristas como lo fue la producción de armamentos y la elaboración de planes militares”).

Posteriormente, el tribunal de desnazificación de Nuremberg categorizó a Fritzsche como un “delincuente importante” de primera categoría y lo sentenció a nueve años de prisión en un campo de trabajo. Aunque se le prohibió volver a escribir por el resto de su vida, escribió sus memorias mientras estaba en prisión y las publicó bajo un seudónimo. Después de que le redujeron su sentencia y lo liberaron en 1950, trabajó en publicidad y relaciones públicas hasta 1953, cuando murió de cáncer a la edad de 53 años.

Otros propagandistas sometidos a juicio

Los juicios de posguerra contra los propagandistas nazis continuaron después del Tribunal Militar Internacional, pero los resultados mixtos de los juicios posteriores hicieron poco por esclarecer el problema legal de asociar las palabras con los actos. Además de la condena dictada por el Tribunal Militar de EE. UU. contra el exjefe de prensa del Reich Otto Dietrich, los tribunales de “desnazificación” alemanes juzgaron y condenaron al magnate de la prensa nazi Max Amann, al director de cine Fritz Hippler (director de la película Der ewige Jude) y a Philipp Ruprecht, dibujante de historietas del periódico Der Stürmer (conocido por los lectores como “Fips”). Otros propagandistas fueron absueltos, entre ellos la directora de cine Leni Riefenstahl (El triunfo de la voluntad).

Un tribunal británico condenó por traición y ejecutó al estadounidense William Joyce (Lord Haw Haw), debido a sus transmisiones de propaganda nazi. El antiguo Muftí de Jerusalén, Hajj Amin al-Husayni, que había transmitido por radio propaganda en favor del Eje desde Berlín al mundo árabe, fue arrestado en 1945 en la zona de Alemania ocupada por los franceses. Escapó a Egipto, donde continuó produciendo y difundiendo propaganda antisionista, antisemita y antiisraelita.

Por primera vez en la historia

Por primera vez en la historia, los tribunales a cargo del procesamiento de delitos de guerra juzgaron a los propagandistas, a esas personas cuyas palabras, imágenes y artículos contribuyeron a la agresión, la persecución y el asesinato masivo perpetrados por los nazis. Los juicios de la posguerra confirmaron el importante papel que ejerció la propaganda para mantener el apoyo popular al régimen nazi, y justificar la persecución de los judíos y de otras víctimas de la era del Holocausto. El juicio de los propagandistas por “delitos contra la humanidad” sentó un precedente importante que hasta el presente se sigue invocando en los organismos y los tribunales internacionales.