Un transeúnte se detiene a leer un cartel que anuncia la celebración de una reunión pública, fijada para el martes 3 de diciembre, ...

Poco tiempo después del ascenso de Hitler al poder en 1933, observadores de los Estados Unidos y otras democracias occidentales comenzaron a cuestionar lo ético de respaldar las Olimpíadas de Berlín organizadas por el régimen nazi. En respuesta a los informes sobre la persecución de los atletas judíos en 1933, Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico de los Estados Unidos (AOC, por sus siglas en inglés), señaló: “Los pilares básicos del renacimiento olímpico moderno se verán debilitados si se permite a los países individuales restringir la participación por motivos de clase social, credo o raza”. En un principio, Brundage, al igual que muchos otros integrantes del movimiento olímpico, evaluaron la posibilidad de trasladar las Olimpíadas a otro país. Luego de una inspección breve y ceñida de las instalaciones deportivas alemanas en 1934, Brundage declaró públicamente que los atletas judíos estaban recibiendo un trato justo y que las Olimpíadas se realizarían según lo previsto.

El debate respecto de la participación en las Olimpíadas de 1936 alcanzó su punto máximo en los Estados Unidos, país que tradicionalmente contaba con una de las delegaciones más numerosas de las Olimpíadas. Para fines de 1934, las posturas de ambas partes se encontraban claramente delimitadas. Avery Brundage se oponía a los intentos de boicot, ya que alegaba que la política no tenía lugar en el ámbito deportivo. Luchó para enviar a la delegación estadounidense a las Olimpíadas de 1936 y adujo que: “Las Olimpíadas pertenecen a los atletas y no a los políticos”. En el panfleto del Comité Olímpico de los Estados Unidos, titulado “Fair Play for American Athletes” (Juego limpio para los atletas estadounidenses), manifestó que los atletas estadounidenses no debían involucrarse en el actual “altercado judío-nazi”. En 1935, mientras que la controversia respecto de las Olimpíadas se tornaba más álgida, Brundage denunció la existencia de una “conspiración judío-comunista” para dejar a los Estados Unidos fuera de las Olimpíadas.

El juez Jeremiah Mahoney, presidente de la Unión Atlética Amateur, lideró los esfuerzos de boicot en contra de las Olimpíadas de 1936, destacando que Alemania había vulnerado las reglas olímpicas que prohíben la discriminación por motivos de raza o religión. Desde su punto de vista, la participación en las Olimpíadas indicaría el respaldo al Tercer Reich. Mahoney fue uno de diversos líderes católicos a favor del boicot. Fiorello La Guardia, alcalde de la ciudad de Nueva York, Al Smith, gobernador del estado de Nueva York y James Curley, gobernador del estado de Massachusetts, también se oponían a la participación del equipo estadounidense en las Olimpíadas de Berlín. El periódico católico The Commonweal (8 de noviembre de 1935) aconsejaba boicotear a una Olimpíada que daría el visto bueno a la doctrina nazi radicalmente anticristiana.

Otro importante partidario del boicot, Ernest Lee Jahncke (antiguo secretario adjunto de la Armada de los Estados Unidos), fue expulsado del Comité Olímpico Internacional (IOC, por sus siglas en inglés) en julio de 1936, luego de que manifestara abiertamente su ferviente oposición a la realización de las Olimpíadas en Berlín. El IOC eligió deliberadamente a Avery Brundage para ocupar su puesto. Jahncke es el único miembro expulsado en los 100 años de historia del IOC.

Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, no participó del debate sobre el boicot, pese a las advertencias de diplomáticos estadounidenses de alto rango que señalaban la explotación nazi de las Olimpíadas para fines propagandísticos. Roosevelt se mantuvo fiel a una tradición de 40 años en la que el Comité Olímpico de los Estados Unidos operaba independientemente de cualquier influencia externa. William E. Dodd, Embajador de los Estados Unidos en Alemania, y George Messersmith, jefe de la legación de los Estados Unidos en Viena, condenaron la decisión del Comité Olímpico de los Estados Unidos de ir a Berlín.

Los nazis no escatimaron dinero en la organización de los Juegos Olímpicos.

Muchos editores de periódicos estadounidenses y grupos antinazis, liderados por Jeremiah Mahoney, presidente de la Unión Atlética Amateur, no estaban dispuestos a aceptar las falsas promesas del régimen nazi respecto de la situación de los atletas judíos alemanes. No obstante, Avery Brundage manipuló con determinación a la Unión Atlética Amateur y, tras una votación cerrada, se decidió enviar a la delegación estadounidense a Berlín. Finalmente, los esfuerzos de boicot de Mahoney se vieron frustrados.

También surgieron intentos de boicot efímeros en Gran Bretaña, Francia, Suecia, Checoslovaquia y los Países Bajos. Los socialistas y comunistas alemanes exiliados hicieron pública su oposición a la realización de las Olimpíadas mediante publicaciones en periódicos como Arbeiter Illustrierte Zeitung (El Periódico Ilustrado de los Trabajadores). Algunos partidarios del boicot estaban a favor de organizar contraolimpíadas. Uno de los eventos más grandes fueron las “Olimpíadas Populares”, que iban a disputarse en el verano de 1936 en Barcelona, en España. Dicho evento fue cancelado luego del estallido de la Guerra Civil española en julio de 1936, en simultáneo con la llegada de miles de atletas.

Algunos atletas judíos provenientes de distintos países también decidieron boicotear las Olimpíadas de Berlín. En los Estados Unidos, algunos atletas judíos y organizaciones como el Congreso Judío Estadounidense y el Comité Judío de Trabajo respaldaron el boicot de las Olimpíadas de Berlín. No obstante, después de que la Unión Atlética Amateur de los Estados Unidos votara a favor de la participación en diciembre de 1935, los otros países siguieron su ejemplo. Cuarenta y nueve equipos de atletas provenientes de todo el mundo participaron en las Olimpíadas de Berlín, número que superó a todas las ediciones anteriores.

Los juegos olímpicos en Berlín