Entre los deberes más importantes de la policía en cualquier sociedad están los de mantener el orden público y hacer cumplir la ley. Estos deberes pueden ser especialmente problemáticos cuando se produce un cambio importante en la organización política de la sociedad.

Los nazis llegaron al poder en Alemania, en enero de 1933, estableciendo una dictadura que acabó con el experimento democrático alemán que había durado doce años: la República de Weimar. No obstante, la policía, que había sido acusada de defender la democracia, se integró de un modo relativamente fácil al régimen nazi. No existió ni una purga ni una renuncia sistemática de policías.

La mayoría de los policías en 1933 no eran nazis, aunque si eran profundamente conservadores. Se consideraban profesionales neutrales y servidores imparciales de la ley. Sus creencias políticas personales no deberían interferir en sus obligaciones. Sin embargo, los miembros de la policía resultaron estar dispuestos a apoyar a un gobierno nazi que había destruido la democracia en Alemania. La policía, en particular, y los conservadores, en general, apoyaron a los nazis en 1933. Los conservadores llegaron a ver a la dictadura nazi como solución no solo para las debilidades de la República de Weimar sino también para toda una serie de dificultades profesionales características de la fuerza policial.

Las mayores debilidades de la República de Weimar provenían de sus orígenes. Alemania perdió la Primera Guerra Mundial, lo cual debilitó seriamente a la monarquía y acabó en la declaración de la República de Weimar, en 1918. A pesar de la responsabilidad monárquica en el fracaso de la Primera Guerra Mundial, muchos alemanes culparon a los partidos demócratas por la derrota y por el humillante tratado de paz subsiguiente. Los policías eran particularmente recelosos de los partidos demócratas (los socialdemócratas, los del centro, los liberales) porque habían sido entrenados bajo la monarquía para considerarlos enemigos del Estado. En la República de Weimar, dominaban estos partidos. Los policías continuaron sirviendo al Estado, en parte, porque se consideraban profesionales destinados a aplicar las leyes independientemente de sus sentimientos personales. La mayoría de ellos no eran demócratas convencidos.

La desarticulación económica de la Primera Guerra Mundial y la desestabilización que causaron las compensaciones que esta generó significaron que los gobiernos de la República de Weimar nunca tuvieran suficiente dinero. La policía enfrentó recortes de fondos en la contratación, la capacitación, los ascensos y los aumentos salariales. Tampoco había dinero para la modernización, como la compra de nuevos equipos forenses o armas de fuego. Esta pérdida de fondos se hizo más apremiante por la reducción de oportunidades de progreso y nombramientos que produjo la afluencia de policías de territorios cedidos por Alemania a países vecinos después de la Primera Guerra Mundial. Se debió encontrar cargos para estos policías, aún cuando los costos operativos se redujeron al máximo. La falta de progreso profesional subsiguiente desmoralizaba a los jóvenes reclutas y a los nuevos policías.

Mientras el personal policial sufría de recortes presupuestarios, la dificultad económica generalizada en la República de Weimar contribuía a un rápido aumento de la delincuencia. Se desarrollaron y crecieron bandas criminales involucradas en la prostitución, las drogas, el juego, la pornografía y los robos. Estas bandas estaban bien organizadas y, a menudo, operaban a través de las fronteras estatales, lo cual frustraba las investigaciones policiales. No existía una fuerza policial nacional durante la República de Weimar. Cada estado de la federación alemana tenía sus propias fuerzas policiales y se regía por sus propias políticas. La ausencia de coordinación policial dificultaba las investigaciones penales desde un estado a otro. La policía de la República de Weimar no estaba a la altura de estas bandas.

Mientras la delincuencia común se expandía en la República de Weimar, la delincuencia política se disparó durante la constante inestabilidad. Miles de veteranos armados y unidades paramilitares asociadas con partidos políticos de extrema derecha e izquierda participaban en disturbios y ataques al Estado. Algunas de estas fuerzas paramilitares tenían poderosas armas y mucha gente que las seguía y, a veces, superaban a la policía en cantidad y en potencia de fuego. La delincuencia desenfrenada y el descontento político llevaron al personal policial hasta el límite.

A pesar de su profesionalismo, los policías tenían dificultad para ajustarse al nuevo orden democrático de la República de Weimar. Estaban frustrados por las restricciones de la autoridad policial. Algunas causas penales eran descartadas porque la policía no podía proteger los derechos del acusado o porque se excluían pruebas importantes debido a procedimientos policiales indebidos. La aparición de una prensa libre y altamente crítica de las operaciones policiales exacerbó estos fracasos. La crítica pública fomentó una mentalidad de estado de sitio entre los policías, quienes estaban ofendidos porque el público los culpaba cuando las restricciones constitucionales y la falta de fondos les ataban las manos.