La vida de los que se ocultaban era siempre peligrosa. En toda la Europa bajo ocupación alemana, los nazis concertaron sus esfuerzos para localizar a los judíos que estaban ocultos. Las autoridades alemanas y sus colaboradores castigaban severamente a los que ayudaban a los judíos y ofrecían recompensas a las personas que estuvieran dispuestas a entregarlos. A partir de marzo de 1943, la Gestapo (policía secreta del estado alemán) otorgó a algunos judíos de Alemania el aplazamiento de la deportación a cambio de un seguimiento de sus correligionarios que vivían en la clandestinidad. En la primavera de 1945, cuando el régimen nazi quedó en ruinas, estos informantes ya habían entregado a 2.000 judíos. En otros países, los vecinos traicionaban a otros por dinero o por el apoyo del régimen. En la Polonia bajo ocupación alemana, los chantajistas les quitaban dinero o propiedades a los judíos amenazándolos con entregarlos a las autoridades.

Los judíos ocultos fueron descubiertos por casualidad durante las redadas en busca de conscriptos para el trabajo forzado, células de la resistencia, comerciantes del mercado negro, o en búsquedas de documentos al azar. Un lapsus al hablar, unos documentos falsos mal hechos o las habladurías podían provocar arrestos y deportaciones.