Organizaciones antifascistas, grupos de judíos estadounidenses y numerosos escritores, intelectuales y periodistas reconocieron el siniestro objetivo de la "guerra cultural" de los nazis, que hizo de la sangre y la raza una fuente de inspiración. El Congreso Judío-Americano esperaba ampliar la coalición de estadounidenses antinazis, utilizando las quemas de libros del 10 de mayo como una causa común. Por eso, instó a que se realizaran manifestaciones callejeras masivas ese mismo día. Cuando las listas negras alemanas de literatura circularon por la prensa, hubo escritores estadounidenses que publicaron declaraciones de solidaridad con sus hermanos condenados. Durante la década de 1930, con el aumento del aluvión de escritores alemanes emigrantes, las organizaciones literarias estadounidenses brindaron ayuda donde pudieron como respuesta a la crisis.

Manifestaciones

El 10 de mayo de 1933, el mismo día de las quemas de libros en Alemania, hubo manifestaciones callejeras masivas en decenas de ciudades estadounidenses. Los manifestantes, hábilmente organizados por el Congreso Judío-Americano, protestaron contra los implacables ataques de los nazis contra los judíos: el continuo hostigamiento, las redadas policiales, los arrestos y las golpizas, así como la destrucción de las propiedades de los judíos y el boicot contra sus negocios. En la manifestación más grande hasta esa fecha en la historia de la ciudad de Nueva York, cien mil personas marcharon durante más de seis horas para protestar contra los sucesos de Alemania y las quemas de libros. También hubo otras manifestaciones masivas de otros grupos estadounidenses en ciudades de todo el país, como Filadelfia, Cleveland y Chicago.

Respuesta de la Prensa Esetadounidense

Los periódicos de todos los rincones de Estados Unidos cubrieron tanto las hogueras de los nazis como las protestas estadounidenses. Las opiniones editoriales fueron casi unánimes en cuanto a la condena de los hechos, pero dispar en su retórica. Algunos periódicos tildaron las acciones de los estudiantes alemanes de "tontas", "ineficaces", "sin sentido" o "infantiles". La revista The New Yorker se tomó a la ligera las "actividades extracurriculares de los estudiantes nazis". El ensayista E. B. White bromeó diciendo: "Nosotros nunca quemamos libros, salvo para que no lleguen a las manos del gran jurado". Pero otros, como Ludwig Lewisohn del semanario de opinión The Nation, vaticinaron el advenimiento de un "período obscuro", un ataque "demente contra la vida de la mente, los valores intelectuales y los derechos del espíritu humano". En su cobertura de las quemas de libros en Berlín, la revista News-Week empleó el término "Holocaust" (Holocausto) en el título principal de su informe semanal de noticias de Alemania. En la portada de la edición del 27 de mayo, News-Week publicó una imagen de la quema de libros de Berlín. The Nation presentó las quemas de libros como un rito pagano de los adeptos a los nazis, los militaristas prusianos, los industrialistas con monóculo, los secuaces de las SA y la corrupta Juventud Hitleriana. New York City's Forward, un diario escrito en yidish que abogaba por la justicia social y los derechos de los judíos, protestó enérgicamente contra las políticas nazis. El 10 de mayo, la caricatura política del periódico -- titulada El Führer -- mostraba a Hitler empuñando una antorcha apuntando a una gran cantidad de libros. En su edición del 14 de mayo de 1933, publicó una página completa de fotografías de escritores reconocidos cuyos libros habían sido quemados.

Escritores

i. Autores
En respuesta al acto de "embriaguez nacional" envuelta en "una ceremonia estúpida", como más tarde Thomas Mann describió las quemas de libros por parte de los nazis, una serie de escritores estadounidenses condenó públicamente la "acción" de los estudiantes alemanes. Helen Keller escribió una carta abierta a los estudiantes alemanes en la que afirmaba el poder perdurable de las ideas contra la tiranía. Cuando los escritores alemanes tuvieron que exiliarse, sus colegas estadounidenses, en especial los integrantes de la izquierdista Liga de Escritores Estadounidenses (League of American Writers), se esforzaron por ayudar a los emigrantes y a sus familias a escapar de Europa, proporcionándoles dinero, visas, refugio, paquetes de alimentos, donaciones, declaraciones juradas de apoyo, así como libros y contratos para escribir guiones.

ii. P.E.N.
P.E.N. International (poetas, dramaturgos, ensayistas, editores y novelistas) fue fundada en 1912 para fomentar buenas relaciones en el ámbito de la literatura internacional, crear puentes para unir fronteras culturales y trabajar en beneficio de la libertad de expresión en cualquier lugar donde ésta estuviera en peligro. En abril de 1933, los nazis excluyeron del Centro alemán de P.E.N. a los comunistas, los judíos y los escritores de ideas liberales. El Congreso de P.E.N. International que tuvo lugar en Dubrovnik, Yugoslavia, el 26 de mayo de 1933 -apenas dos semanas después de las quemas de libros- fue testigo de una confrontación en la cual algunos delegados acusaron a los alemanes de violar los principios de la organización. Tras la aprobación de una moción que permitía un discurso de Ernst Toller, un dramaturgo judío-alemán exiliado cuyos trabajos habían sido quemados, la delegación alemana se retiró en protesta.

Exilios y Ayuda a Refugiados

La expulsión de judíos y opositores políticos de las universidades, las quemas de libros y los continuos actos de persecución instigaron a escritores, artistas, médicos y otros profesionales a huir de Alemania. Si bien Estados Unidos parecía ser un refugio para emigrantes intelectuales, la mayoría de los refugiados se encontró con una política inmigratoria de exclusión. Los funcionarios consulares de EE. UU. reflejaron las actitudes xenófobas, de rechazo a los refugiados y hasta cierto punto antisemitas de parte de los estadounidenses. Interpretaron al pie de la letra las leyes inmigratorias que imponían cuotas y exigían garantías de que los inmigrantes no se convertirían en una carga pública. Los obstáculos eran enormes, pero entre 1933 y 1941, con ayuda de grupos privados, 200 mil inmigrantes de la Alemania nazi llegaron a las costas estadounidenses.

Contrariamente a la relativa inacción del gobierno de EE. UU., decenas de organizaciones privadas de voluntarios ad hoc respondieron a la crisis de 1933 y al desplazamiento de estudiantes, académicos y artistas alemanes. Alvin Johnson, director de la Nueva Escuela de Investigación Social, rápidamente consiguió fondos del benefactor Hiram Halle y, para finales de ese año, reunió un cuerpo docente de científicos sociales emigrantes que constituyó el núcleo de una “Universidad en el exilio”. El Comité de Emergencia para Ayudar a Intelectuales Alemanes Desplazados (Emergency Committee in Aid of Displaced German Scholars), fundado por Stephen Duggan, director del Instituto de Educación Internacional, trabajó con directores de museos, bibliotecarios y rectores de universidades para rescatar y conseguirles empleo a eminentes académicos de las artes y las letras, las ciencias naturales, las ciencias sociales y la medicina.

A partir de mayo de 1933, el Emergency Committee in Aid of Displaced German Scholars hizo donaciones a decenas de instituciones académicas para que crearan puestos para profesores honorarios con la ayuda de filántropos judíos, la Fundación Rockefeller, Carnegie Corporation y Oberlaender Trust. A lo largo de sus 12 años de historia, el comité ayudó a 355 intelectuales y profesionales desplazados entre más de 6 mil solicitantes. A los 25 años, y antes de incorporarse al personal europeo de Columbia Broadcasting System, Edward R. Murrow trabajó como secretario del Emergency Committee in Aid of Displaced German Scholars.

Tras las quemas de libros, la mayoría de los escritores que estaban en las listas negras lograron huir de Alemania. Sin embargo, algunos escritores como Erich Mühsam y Carl von Ossietzky no tuvieron la misma suerte. Quedaron atrapados en Alemania y murieron en campos de concentración después de ser encarcelados y torturados. Muchos de los que escaparon tuvieron dificultades para comenzar una nueva vida. Algunos, como Kurt Tucholsky, Ernst Toller y Stefan Zweig, perdieron las esperanzas y se suicidaron. Durante la década de 1930, los escritores que habían emigrado fueron los principales responsables de mantener vivo el recuerdo de las quemas de libros ante el público estadounidense, perfilándose públicamente como víctimas de los autos de fe nazis a través de exhibiciones, conferencias, conmemoraciones y, en 1938, con una manifestación en el consulado alemán de la ciudad de Nueva York.