Sophie nació con el nombre de Selma Schwarzwald, hija de Daniel y Laura, en la ciudad industrial de Leópolis (Lvov), dos años antes de que Alemania invadiera Polonia. Daniel era un exitoso hombre de negocios que exportaba madera y Laura había estudiado economía. Los alemanes ocuparon Leópolis en 1941. Tras la desaparición de su padre en su quinto cumpleaños en 1941, Sophie y su madre obtuvieron nombres y documentos falsos y se mudaron a un pequeño pueblo llamado Busko-Zdrój. Se convirtieron en católicas practicantes para ocultar sus identidades. Sophie olvidó gradualmente que era judía. No fue sino hasta después de su liberación y mudanza a Londres cuando Sophie descubrió la verdad acerca de su pasado.
Con respecto a vivir allí, llegamos en el invierno de 1942. Mi madre consiguió trabajo como intérprete para el jefe de la Gestapo del área porque hablaba alemán y polaco. Así que aunque dije que estábamos famélicas, pasaba mucho frío y vivíamos en condiciones de mucha pobreza, sin embargo, ella tenía un trabajo y yo iba a la escuela, y en apariencia yo era simplemente una niña polaca normal de cinco años. El color de mi cabello era el de una niña polaca. Tenía el cabello rubio claro y ojos de color gris verdoso, así que en ese sentido se podría decir que estábamos a salvo. Nunca podíamos decir de dónde veníamos. Nunca podíamos hablar sobre nuestra familia. Para ese entonces, me habían lavado el cerebro y sentía que era católica, que realmente era católica romana, e íbamos a la iglesia todos los domingos. Toda la clase iba a la iglesia todos los domingos; era obligatorio ir. Y me sentía muy cómoda con esto. Me convertí en la alumna encargada de tomar asistencia para la iglesia en la clase y era bastante antisemita, es decir, muy antisemita. En aquella época la enseñanza era muy antisemita, incluida la calumnia del crimen ritual. Mi madre cuenta la historia de que los polacos allí se reían sobre el levantamiento del gueto de Varsovia, que se reían y decían "¿qué estaban pensando los judíos?". Ella los escuchaba mientras hablaban. Solía llegar a casa con estas historias y mi madre solía decir que conocía algunos judíos muy buenos. No podía decir que éramos judías. Nuestra seguridad dependía del hecho de que yo ignorara por completo que éramos judías.
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