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Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos - Colecciones - Erika Eckstut

Transcripción

Bill Benson:
Díganos cómo era su vida en el ghetto. 

Erika Eckstut:
Ya sabe, siempre que hablo y se trata de decir cómo era el ghetto, decir que era malo no significa nada. Era peor que malo; no tengo una palabra para decir cómo era. No había comida. No había nada que pudiéramos hacer. No había nada que pudiéramos comer.

Simplemente era terrible. Afuera había anuncios: “Si ayudas a un judío, tú y tu familia morirán”. Había anuncios... los niños no podían ir a la escuela. Si descubrían que los niños estaban aprendiendo algo, los matarían. Era terrible lo que pasaba afuera, era de lo que se hablaba constantemente. Mi padre, que era tan partidario de lo justo, de no tomar la justicia en sus propias manos, decidió que teníamos que aprender algo en el ghetto, porque no teníamos comida y no sabíamos qué hacer. Había profesores, maestros, estudiantes... cualquiera podría habernos enseñado. En realidad todavía no sabíamos nada, y ellos empezaron, y mi padre también nos enseñaba.

Nos enseñaba sobre la Revolución Francesa, que realmente no me interesaba para nada, así que no prestaba atención. Cuando mi padre me preguntaba, nunca tenía una respuesta porque nunca le prestaba atención. Cuando mi padre me decía que yo lo hería profundamente por no saber nunca nada, yo le respondía: “No te presté atención”. Él me decía: “¿Por qué no prestaste atención?”

Yo le respondía: “Estoy soñando con un trozo de pan. Si tuviera un trozo de pan, sería muy feliz”. Y mi padre me decía: “¿No tienen hambre también los otros niños?” Yo le respondía: “Quizás no tanta como yo”.

Bill Benson:
Erika, así que aquí, en esas terribles condiciones en el ghetto sin comida, su padre, que había fundado la escuela hebrea de su pueblo natal, y otros, seguían preocupados por asegurarse de que ustedes recibieran una educación.

Erika Eckstut:
Sí. Eso era lo más importante.

Bill Benson:
Sin embargo, como era tan inquieta, no podían restringirla por mucho tiempo, así que empezó a hacer incursiones o a escabullirse del ghetto.

Erika Eckstut:
Así fue.

Bill Benson:
Cuéntenos de eso.

Erika Eckstut:
Después de que mi padre me dijo que lo había herido mucho, me di cuenta de que sí lo había hecho, y como ya vio, la cosa que tenía, ya sabe, la identificación, llevábamos la estrella en el abrigo. Tomé la estrella y la identificación, las dejé donde dormía y me fui. No me preocupaba que alguien me fuera a detener.

Yo era rubia (ahora soy realmente muy rubia), pero era rubia de verdad, y tengo los ojos azules, y mi lengua natal era el alemán, así que pensaba que a mí no me podía pasar nada. También oí decir a mi madre que mi padre tenía un amigo cuando él tenía unos siete u ocho años, y el amigo se volvió sacerdote y yo sabía su nombre.

Olvidé su nombre, olvidé muchos nombres, pero entonces lo sabía y fui a donde vendían para las monjas, para los sacerdotes, y tomé lo que me pareció que estaría bien para nosotros.

Bill Benson:
¿Era una tienda donde les vendían a los sacerdotes y a las monjas?

Erika Eckstut:
Sí, a los sacerdotes y a las monjas. Y cuando llegó el momento de pagar, dije: “El padre Fulano de Tal va a pagar”, y ellos lo anotaron y me preguntaron: “¿Es correcto?” Les dije: “Sí”, y me dieron la comida y regresé. Cuando llegué al ghetto, mi madre se desmayó. No podía entender por qué se había desmayado, pero es que ella pensó que nunca volvería a verme.

Mi padre quería saber cómo había pagado la comida, y cuando le dije que había dicho que su amigo iba a pagar, mi padre me dijo: “¿Quién te dijo que tengo un amigo?” Le dije: “Oí que mamá hablaba de eso; a mí nadie me lo dijo”. Mi padre me dijo: “Ahora tendrás que ir a contarle lo que hiciste”.

Y yo le dije: “Está bien”. Así que al día siguiente tuve que ir a ver al sacerdote, y ¿sabe qué? El sacerdote no era un sacerdote. Era como un ángel. Era tan amable, y cuando le conté lo que había hecho, me dijo: “Ahora tienes que prometerme que nunca le contarás a nadie cómo haces lo que haces, a nadie”.

Le dije: “Mi padre lo sabe”. Me contestó: “No te preocupes por tu padre. Prométeme que no hablarás con nadie”, y lo hice, porque no le conté a nadie lo que había hecho ni cómo lo hice.

Biografía

Erika (Neuman) Eckstut nació en Znojmo, Checoslovaquia, el 12 de junio de 1928, siendo la menor de dos hermanas. Su padre, Ephram Neuman, era un respetado abogado y un ferviente sionista que esperaba emigrar a Palestina con su familia. Su madre, Dolly (Geller) Neuman, tenía un título en administración de empresas y había trabajado en un banco antes del nacimiento de sus hijas.

Cuando Erika era pequeña, los Neuman se mudaron a Stănești, una ciudad de la provincia de Bucovina en Rumania, donde vivían los abuelos paternos de Erika. Erika asistía a la escuela pública y a la escuela hebrea que su padre ayudó a fundar. Le encantaba jugar con su hermana Beatrice, y disfrutaba especialmente estar con su abuelo.

En 1937, la Guardia de Hierro fascista intentó destituir al padre de Erika de su cargo de principal funcionario civil de Stănești. Finalmente, un tribunal lo absolvió de los cargos inventados y fue restituido en su puesto. En 1940, la Unión Soviética se anexionó la zona de Rumania donde vivían los Neuman, pero un año después, Alemania invadió la Unión Soviética y las tropas rumanas expulsaron a los soviéticos de Stănești. Los soldados y los civiles rumanos llevaron a cabo sangrientos ataques contra los judíos de la ciudad.

En otoño de 1941, los Neuman se vieron obligados a instalarse en el ghetto de Czernowitz, donde las condiciones de vida eran precarias y se enfrentaban al temor constante de ser deportados a Transnistria, una extensa región pantanosa donde había ghettos y campos al aire libre en la Ucrania ocupada por Rumania. En 1943, Erika y Beatrice escaparon del ghetto con documentos falsos que su padre había conseguido gracias a la ayuda de un sacerdote local.

Utilizando los documentos falsos y haciéndose pasar por cristianas, Erika y Beatrice huyeron a Kiev, una ciudad de la Ucrania soviética que acababa de ser liberada de la ocupación alemana. Beatrice consiguió trabajo en un hospital, y a veces Erika le ayudaba. Hacia el final de la guerra, una enfermera del hospital confundió a Beatrice con una espía alemana; temiendo por su seguridad, Erika y Beatrice decidieron regresar a Checoslovaquia.

Mientras viajaban por la Unión Soviética y Polonia, todavía con documentos falsos que las identificaban como cristianas, un grupo de soldados rusos confundió también a Beatrice con una alemana; apenas logró escapar de ser detenida. Erika y Beatrice llegaron a Praga y finalmente se reunieron con sus padres, que habían logrado escapar de Czernowitz y sobrevivir a la guerra en Bucarest, Rumania. El padre de Erika murió por causas naturales pocos años después del final de la guerra.

El 28 de agosto de 1945, Erika se casó con Robert Kauder, un judío checo que había huido de su país natal a la Unión Soviética y a quien los soviéticos habían deportado a un campo de trabajo en Siberia. Después de su liberación en 1942, Robert se unió a la Armada Svobodova, un batallón formado por el gobierno checo en el exilio para luchar contra la Alemania nazi. Robert y Erika se conocieron cuando ella y Beatrice se dirigían a Praga. Después de casarse en Jesenik, donde estaba destacamentada la unidad de Robert, la pareja permaneció ahí hasta 1948 y luego se trasladaron de nuevo a Praga, donde tuvieron dos hijos.

Después de la muerte de Robert en 1957, Erika empezó a tratar de emigrar a Estados Unidos, y lo logró en 1960. Tras establecerse en Estados Unidos, se convirtió en supervisora de un laboratorio de patología. Fue voluntaria en el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos.