Cuando los nazis llegaron al poder en enero de 1933, muchos policías permanecieron escépticos con respecto al partido y sus intenciones. La agitación nazi, especialmente en los últimos años de la República de Weimar, había sido subversiva y la policía había investigado con vigor tanto a los nazis como a los comunistas. Sin embargo, Hitler se hacía pasar por un campeón del orden público y afirmaba que conservaría los valores alemanes tradicionales. La policía y muchos otros conservadores esperaban con ansias la ampliación del poder policial prometido por un Estado centralizado fuerte, acogieron el fin de las políticas faccionarias y aceptaron la finalización de la democracia.

De hecho, el Estado nazi alivió muchas de las frustraciones que la policía había vivido en la República de Weimar. Los nazis protegieron a la policía de la crítica pública al censurar a la prensa. Dieron fin a las luchas callejeras eliminando la amenaza comunista. Incluso, se aumentó el personal policial mediante la incorporación de organizaciones paramilitares nazis como oficiales de policía auxiliares. Los nazis centralizaron y financiaron por completo la policía para que combatiera mejor a las bandas de delincuentes y promoviera la seguridad estatal. El Estado nazi incrementó el personal y la capacitación y modernizó el equipamiento policial. Los nazis ofrecieron a la policía la más amplia libertad en cuanto a arrestos, encarcelación y trato de prisioneros. La policía pasó a tomar “acción preventiva”, es decir, a arrestar sin las pruebas necesarias para la condena en un tribunal y, verdaderamente, sin ninguna supervisión judicial.

Al principio, los policías conservadores estaban satisfechos con los resultados de su cooperación con el Estado nazi. Se redujo mucho la delincuencia y acabó la operación de las bandas de criminales. Se restauró el orden. Pero había un precio. El Estado nazi no era una restauración de la tradición imperial. En esencia, era completamente racista. Los nazis tomaron el control de las fuerzas de la policía tradicional de la República de Weimar y las transformaron en un instrumento de represión estatal y, finalmente, de genocidio.

El Estado nazi fusionó la policía con las SS y el Servicio de Seguridad (Sicherheitsdienst, SD), dos de las organizaciones nazis más radicales y comprometidas ideológicamente. Heinrich Himmler, jefe de las SS, también se convirtió en el jefe de todas las fuerzas de la policía alemana. Su compañero, Reinhard Heydrich, del SD, se convirtió, al mismo tiempo, en el jefe de la Policía de Seguridad, a cargo de proteger el régimen nazi. La ideología nazi se volvió parte de todas las actividades policiales. La policía era una figura central no solo para conservar el orden público sino también para combatir a los denominados enemigos raciales que designaba el Estado nazi. Fue en este contexto que la “acción policial preventiva" asumió unas consecuencias tan terribles. Las SS, el SD y la policía fueron los principales autores del Holocausto.