Antes de junio de 1942, los judíos del Protectorado eran los únicos “residentes” del campo-ghetto de Theresienstadt. Comenzando con un transporte de 50 judíos de Berlín que llegaron el 2 de junio de 1942, las autoridades alemanas deportaron a Theresienstadt judíos de Alemania, Austria, Danzig, Luxemburgo y los Sudetes.

En 1942, llegaron 47.478 judíos a Theresienstadt procedentes del Gran Reich alemán (32.878 de Alemania, 13.922 de Austria, 213 de Luxemburgo, 110 de Danzig y 355 de los Sudetes). En 1943, llegaron 5.398 judíos al campo-ghetto de Theresienstadt procedentes del Reich (5.281 de Alemania, 96 de Luxemburgo, 17 de los Sudetes y 4 de Danzig). En 1944, el campo-ghetto recibió a 1.983 judíos del Reich (1.671 de Alemania, 227 de Austria, 81 de los Sudetes, 3 de Danzig y 1 de Luxemburgo). Finalmente, hasta el 20 de abril de 1945, en ese año 2.134 judíos del Gran Reich alemán fueron deportados a Theresienstadt (1.954 de Alemania, 158 de los Sudetes y 22 de Austria). En total, entre el 2 de junio de 1942 y el 20 de abril de 1945, llegaron 58.087 judíos a Theresienstadt procedentes del Gran Reich alemán (41.783 de Alemania, 15.266 de Austria, 611 de los Sudetes, 310 de Luxemburgo y 117 de Danzig).

De estos 58.087 judíos del Gran Reich alemán, los alemanes deportaron a 23.670 (16.098 de Alemania, Danzig, los Sudetes y Luxemburgo; y 7.572 de Austria), cerca del 41%, a centros de exterminio en el este.

Si bien las deportaciones desde y hacia Theresienstadt ilustran su función principal como campo de tránsito, las instalaciones también funcionaron como ghetto. Aunque en este campo encarcelaban a los judíos, a diferencia de los campos de concentración y tránsito reales, vivían allí bajo una administración judía. Hasta enero de 1943, Jakob Edelstein presidió el Consejo de Ancianos, aunque en el otoño de 1942, se vio ensombrecido y fue maniobrado por los líderes alemanes y austriacos. En enero de 1943, Adolf Eichmann, con la intención de mantener el liderazgo judío dividido y en consecuencia pasivo, decidió designar a Paul Eppstein de Berlín y Benjamin Mermelstein de Viena para formar parte de un triunvirato del Consejo, con Eppstein como único enlace con la administración de las SS.

Si bien el Consejo Judío de Ancianos le debía totalmente a las autoridades alemanas la implementación de órdenes y las selecciones para las deportaciones, el Consejo Judío de Ancianos funcionaba como una autoridad cuasi municipal, además de la administración de un campo de trabajos forzados. El Consejo organizaba los servicios municipales, como vivienda, electricidad y agua, servicios sanitarios y de aguas residuales, vigilancia, y servicios religiosos, judiciales y postales. También funcionaba como cuerpo de coordinación central para organizar al personal en destacamentos de trabajo.

Entre las cuadrillas en las que trabajaban los “residentes” de Theresienstadt había varios talleres dentro del campo-ghetto, por ejemplo, de carpintería, artículos de cuero, sastrería y tiendas de máquinas. El consejo asignó mujeres para que trabajaran en la cocina, limpiaran los cuarteles y las habitaciones comunes, trabajaran en las huertas del campo-ghetto y se desempeñaran como enfermeras o camilleras en las llamadas “salas de enfermos”. Los “residentes” menos afortunados trabajaban fuera del campo en proyectos de construcción y en las minas cercanas a Kladno, en su mayoría bajo la supervisión directa de las SS y la policía.

Por último, el Consejo de Ancianos organizaba actividades educativas, eventos culturales y celebraciones religiosas. Como las SS se ocupaban poco de lo que sucedía dentro del campo-ghetto o de lo que hacían los “residentes” en su tiempo libre (Freizeitgestaltung) siempre y cuando esto no implicara subversión, sabotaje o violación de las reglas del campo-ghetto, el Consejo tenía una importante autonomía para la organización de estos eventos.

En todos estos elementos, incluido el hecho de que los prisioneros usaban ropas civiles, Theresienstadt se parecía más a un ghetto que a un campo de concentración. Por supuesto, esta autonomía tenía una terrible desventaja: el Consejo de Ancianos tenía autonomía para racionar los alimentos, los cuales destinaba a quienes podían trabajar, y hacía que los ancianos y los discapacitados quedaran más vulnerables a la enfermedad y el hambre. Más grave aún era el criterio de los miembros del Consejo para elegir a quiénes deportarían y quiénes se quedarían; es decir, quién tendría posibilidad de vivir y quién moriría.

Los líderes judíos se manejaron con la suposición de que la productividad laboral y la obediencia a los alemanes facilitaría el desarrollo de Theresienstadt en una ciudad judía modelo y permitiría la supervivencia de la mayoría de sus habitantes, una ilusión a la que se aferraron algunos “residentes” del ghetto aun después de las primeras deportaciones en enero de 1942. La administración de las SS demostró iniciativa en la manipulación. Para mantener la ilusión local, las autoridades alemanas regionales tranquilizaron a los ancianos, veteranos de guerra y personajes destacados con artimañas como contratos de compra de viviendas, “depósitos” para alquileres y transporte, incentivos para que los futuros “residentes” firmaran pólizas de seguros de vida para el estado alemán.

Después de su llegada a mediados de 1942, los judíos alemanes y austriacos se convirtieron en la mayoría de los residentes “permanentes” de Theresienstadt, pues gran parte de los judíos checos ya habían sido deportados hacia el este. En agosto de 1942, los alemanes permitieron que se creara un banco de administración judía con billetes especiales en los cuales estaba Moisés con las tablas de la ley en sus manos. Durante la segunda mitad de 1942, la administración de las SS puso fondos de los bienes judíos confiscados en manos del Consejo de Ancianos para financiar las mejoras. No obstante, el oscuro telón de fondo de las deportaciones estaba siempre presente detrás de los esfuerzos para que las instalaciones fueran un lugar llevadero para su población promedio de 45.000 habitantes.

En el verano de 1942, con Theresienstadt temporalmente casi vacío, el Consejo de Ancianos asignó varios hogares para alojar a los niños. Un legado espiritual de gran importancia del campo-ghetto y su administración fue la atención prestada al bienestar y la educación de los niños. Se tenía la esperanza de mantener a los niños separados de los adultos y reducir de esta manera la vulnerabilidad de los pequeños a la depresión y la desesperación. En general, gracias a estos esfuerzos, los niños tuvieron mejor alojamiento y comida que los adultos, y tuvieron la oportunidad de aprender de algunos de los más sofisticados pedagogos y maestros de la Europa Central de habla alemana, quienes estaban entre los judíos destacados que llegaban a Theresienstadt.

De hecho, 247 niños nacieron en el campo-ghetto entre noviembre de 1941 y el 20 de abril de 1945, y cinco más durante las dos últimas semanas de la guerra. Algunos de los esfuerzos realizados por los niños fueron brindarles educación y aliento para que hallaran consuelo y pulieran sus habilidades en el dibujo y la pintura. Se sabe que cerca de 600 de los casi 10.000 niños que ingresaron a Theresienstadt en algún momento dibujaron o pintaron obras bajo la guía de maestros como el famoso artista judío austriaco Friedl Dicker-Brandeis.