Después de invadir los Países Bajos en 1940, los alemanes impusieron medidas antisemitas. Con la ayuda de un sacerdote católico que ayudaba a los judíos a esconderse, Carla, su madre y su hermano encontraron un sitio donde esconderse en agosto de 1942 para evitar su deportación a los campos de trabajo. Después de tres meses, tuvieron que dejar su escondite y, con la ayuda del sacerdote, encontraron refugio en Delft en la casa de una familia católica que tenía siete hijos. Allí permanecieron escondidos 30 meses, hasta la liberación en mayo de 1945.
Algunas personas tenían en su escondite otro escondite en donde pensaban que estarían más seguras. Nosotros, en cambio, no teníamos nada. No teníamos ningún lugar a donde huir ni donde escondernos. Nada. Así que estábamos expuestos. Hubo veces en que los alemanes entraban a la barbería para que los afeitaran, y el hombre que nos escondía tenía que afeitar a esos soldados alemanes mientras nosotros estábamos arriba; nunca sabíamos si le pedirían, por ejemplo, ir al baño, que estaba en el piso de arriba. No puedo explicarle exactamente la angustia que sentíamos. Tampoco puedo contarle qué hacíamos mientras estábamos allí, porque todos los días eran iguales; también estaba el hecho de que en realidad no queríamos ni pensar, por las cosas de las que nos enterábamos. Nos llegaba un poco de información, y siempre eran noticias de personas y familias que los alemanes habían apresado. En realidad, no queríamos creer que esas noticias fuesen ciertas, teníamos la esperanza de que no lo fueran, porque temíamos que seríamos los siguientes.
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