Los Testigos de Jehová fueron víctimas de una intensa persecución bajo el régimen nazi, debido a que se negaban a aceptar la autoridad del estado por sus conexiones internacionales y porque se oponían con vehemencia tanto a la guerra en nombre de una autoridad temporal como a un gobierno organizado en temas de conciencia.

Transcurridos sólo algunos meses desde el momento en que los nazis tomaron el poder, los gobiernos regionales, en primer lugar los de Baviera y Prusia, comenzaron la ofensiva en contra de los Testigos de Jehová interrumpiendo sus reuniones y saqueando sus oficinas locales para luego ocuparlas. El 1 de abril de 1935, el Reich y ministro del interior prusiano ordenó a los oficiales locales a cargo disolver la Sociedad de la Atalaya.

Muchas de las acciones de los Testigos de Jehová suscitaban el antagonismo de las autoridades nazis. Los testigos sostenían que eran apolíticos y que sus acciones no estaban en contra de los nazis, pero el hecho de no estar dispuestos a realizar el saludo nazi, ni formar parte de las organizaciones del partido o permitir a sus niños formar parte de la Juventud Hitleriana, su negativa a participar en las denominadas elecciones o plebiscitos, y su negativa a adornar sus hogares con las banderas nazis los hacían blancos de sospechas. Una unidad especial de la Gestapo (policía secreta del estado) creó un registro de todas las personas sospechadas de ser Testigos de Jehová. Los agentes de la Gestapo se infiltraron en las reuniones de estudio de la Biblia. Si bien los Testigos de Jehová como tales no estaban prohibidos, muchas de las actividades básicas para el ejercicio de su fe se volvieron progresivamente blancos de ataque. Sobre todo, las autoridades trataron de prohibir la distribución de publicaciones, que se producían en forma local o que se ingresaban de contrabando de otros países en grandes cantidades, y que para los nazis eran claramente subversivas.

Cuando en marzo de 1935 se restableció en Alemania el servicio militar obligatorio, el conflicto con los testigos se agudizó. Por negarse a enlistarse o a realizar tareas relacionadas con la actividad militar y por continuar con las reuniones ilegales, se incrementaron los arrestos de Testigos de Jehová, quienes eran juzgados por las autoridades judiciales y encarcelados en prisiones y campos de concentración.

En 1939, un número estimado en 6.000 testigos (incluidos algunos de Austria y Checoslovaquia) estaban detenidos en prisiones o campos. Otros huyeron de Alemania, continuaron con sus prácticas religiosas en privado o bien las abandonaron por completo. Algunos fueron víctimas de torturas en un intento por hacerlos firmar declaraciones en las cuales renunciaban a su fe, pero pocos cedieron ante esta presión.

En los campos de concentración, todos los prisioneros llevaban marcas de distintas formas y colores para que los guardias y oficiales de campo pudieran identificarlos por categorías. Los Testigos de Jehová llevaban parches triangulares color púrpura. Aun en los campos, ellos continuaban con sus reuniones y sus oraciones, y las actividades misioneras para captar adeptos a su fe. En el campo de concentración de Buchenwald, crearon una imprenta clandestina y distribuían panfletos religiosos.

Las condiciones en los campos nazis eran duras para todos los prisioneros. Muchos murieron de hambre, por enfermedades, de agotamiento, por exposición al frío y por el trato cruel. Los Testigos de Jehová que estaban cautivos se mantenían en base al apoyo mutuo y porque creían que su sufrimiento era parte de su trabajo para Dios. Los testigos, en forma individual, dejaban atónitos a los guardias al negarse a realizar rutinas militares como pasar lista o enrollar vendajes para los soldados que peleaban en el frente. Al mismo tiempo, las autoridades del campo consideraban que los testigos eran relativamente confiables, ya que se negaban a escapar y no ofrecían resistencia a los guardias. Por esta razón, los oficiales y guardias de campo nazis utilizaban generalmente a los testigos como empleados domésticos.

De los 25.000 a 30.000 alemanes que en 1933 eran Testigos de Jehová, un número estimado en 20.000 continuó activo durante el período nazi. Los restantes huyeron de Alemania, renunciaron a su fe, o practicaron su fe dentro del ámbito familiar. De los que permanecieron activos, aproximadamente la mitad recibió condenas de un mes a cuatro años de prisión, con un promedio de 18 meses, en alguna oportunidad durante la era nazi. De los condenados o sentenciados, entre 2.000 y 2.500 fueron enviados a campos de concentración, de los cuales, entre 700 y 800 aproximadamente no eran alemanes (este número incluye alrededor de 200 a 250 holandeses, 200 austriacos, 100 polacos, y entre 10 y 50 belgas, franceses, checos y húngaros).

El número de Testigos de Jehová que murió en campos de concentración y prisiones durante la era nazi se estima en 1.000 alemanes y 400 de otros países, incluidos unos 90 austriacos y 120 holandeses aproximadamente. (Los Testigos de Jehová que no eran alemanes sufrieron un porcentaje de muertes considerablemente más alto que los testigos alemanes). Además, aproximadamente unos 250 Testigos de Jehová alemanes fueron ejecutados luego de ser juzgados y condenados por tribunales militares por negarse a prestar servicios en el ejército alemán.