Durante el régimen nazi, los Testigos de Jehová eran blanco de persecución porque se negaban, por sus convicciones religiosas, a jurar lealtad a un gobierno mundano o a prestar servicios en sus fuerzas armadas. Los Testigos de Jehová también se dedicaban a actividades misioneras para captar adeptos a su fe. Los nazis percibieron la negativa a comprometerse con el estado y los esfuerzos por tratar de convertir a la gente como actos abiertamente políticos y subversivos. A diferencia de los judíos y romaníes (gitanos) que eran perseguidos por los nazis por motivos raciales, los Testigos de Jehová tenían la posibilidad de evitar la persecución y el daño personal si se sometían a la autoridad del estado y servían en las fuerzas armadas. Como tal sometimiento violaba sus creencias religiosas, la gran mayoría de los Testigos de Jehová se negó a abandonar su fe, incluso ante la inminencia de la persecución, la tortura en los campos de concentración o la muerte.

Fundada en la ciudad estadounidense de Pittsburg en 1872 por Charles Taze Russel como la Sociedad Internacional para el Estudio de la Biblia, el grupo tomó el nombre de “Testigos de Jehová” en 1931. La sociedad comenzó la actividad misionera en Europa en la década de 1890. En 1902, se abrió en Elberfeld, Alemania, la primera oficina sucursal de la Sociedad de la Atalaya. En Alemania, los Testigos de Jehová se hicieron conocidos como la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. A comienzos de la década de 1930, un número estimado entre 25.000 y 30.000 alemanes (el 0,38 % del total de una población de 65 millones) era miembro de los Testigos de Jehová o simpatizaba con ellos.

Incluso antes de 1933, los Testigos de Jehová fueron objeto de prejuicios. Las corrientes dominantes de las iglesias católica y luterana los consideraban herejes. Además, los ciudadanos consideraban invasiva la tarea misionera de los testigos de golpear las puertas de las casas y predicar. Los estados alemanes habían intentado poner un freno a la tarea misionera a través del estricto cumplimiento de las leyes contra el proselitismo. En varias oportunidades, algunas jurisdicciones por separado prohibieron la literatura religiosa de los testigos, incluidos las revistas La Atalaya y La Edad de Oro. Durante el periodo de Weimar, sin embargo, los tribunales alemanes fallaban a menudo a favor de la minoría religiosa.

Antes de que los nazis llegaran al poder, grupos nazis locales (funcionarios partidarios u hombres de la SA) que actuaban fuera de la ley, irrumpían en las reuniones de estudio de la Biblia y agredían a los testigos.

Luego de que los nazis llegaron al poder, la persecución de los Testigos de Jehová se intensificó. Los testigos creían que pertenecían al Reino de Jehová y consideraban a todos los poderes mundanos aliados involuntarios de Satán. Se negaban a jurar lealtad al régimen nazi. Además, sus contactos internacionales organizativos y teológicos le causaban repugnancia a la policía del estado nazi. Al principio, la indiferencia de los testigos hacia el estado nazi se manifestaba en la negativa a levantar los brazos en el saludo Heil Hitler, la negativa a formar parte del Frente de Trabajo Alemán (al que todos los trabajadores asalariados se vieron obligados a unirse luego de que los nazis declararan ilegales a los sindicatos), la negativa a participar en las colectas de acción social de los nazis y a votar en las elecciones. Asimismo, no formaban parte de los desfiles y mítines políticos nazis.

Las autoridades nazis denunciaron a los Testigos de Jehová por sus vinculaciones con los Estados Unidos y se burlaban de la supuesta profecía revolucionaria de su prédica que anunciaba que el Apocalipsis antecedería el reinado de Cristo en la tierra como parte del plan de Dios. Vincularon a los Testigos de Jehová a la idea nazi de “judaísmo internacional”, señalando la dependencia de los testigos de determinados textos del Viejo Testamento. Los nazis experimentaban este tipo de conflictos con varias de las sectas protestantes más pequeñas, pero sólo los Testigos de Jehová se negaron a levantar sus brazos o a jurar lealtad al estado.

Cuando Alemania restableció el servicio militar obligatorio en 1935, los Testigos de Jehová en general se negaron a enrolarse. En Alemania, como en los Estados Unidos, se negaron a prestar servicios en las fuerzas armadas durante la Primera Guerra Mundial. Aunque no eran pacifistas, se negaban a portar armas en nombre de cualquier poder temporal. Los nazis persiguieron a los Testigos de Jehová por no presentarse para alistarse en el servicio militar obligatorio y arrestaron a aquellos que realizaban tareas misioneras por considerar que debilitaban la moral de la nación.

Los niños de los Testigos de Jehová también padecieron bajo el régimen nazi. En clase, los maestros ridiculizaban a los niños que se negaban a hacer el saludo Heil Hitler o a cantar canciones patrióticas. Los directores encontraban razones para expulsarlos. Siguiendo el ejemplo de los adultos, los compañeros de clase evitaban o golpeaban a los niños de los testigos. En ocasiones, las autoridades solicitaban que se les quitaran los niños a los padres que eran testigos y se los enviara a otras escuelas, orfanatos u hogares privados para que fueran criados como “buenos alemanes”.

Apenas asumió Hitler como canciller, las autoridades bávaras prohibieron la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. Durante la primavera y el verano de 1933, la mayoría de las jurisdicciones alemanas hizo lo mismo. En 1933, la policía ocupó las oficinas de los testigos en dos oportunidades y confiscó literatura religiosa. A pesar de la persecución y el hostigamiento oficial, los testigos continuaron con las reuniones y la distribución de literatura de manera encubierta. A menudo, la literatura se ingresaba de contrabando desde el exterior.

Al principio, los líderes de los Testigos de Jehová intentaron encontrar una manera para trabajar con el gobierno nazi. En octubre de 1934, la conducción de los testigos envió una carta al gobierno del Reich donde explicaba sus creencias centrales y expresaba su compromiso con la neutralidad política. La carta planteaba que los Testigos de Jehová “no estaban interesados en cuestiones políticas, sino que estaban completamente comprometidos con el Reino de Dios bajo el mando de Cristo su Rey”. Las autoridades alemanas respondieron con hostigamiento político y económico. Los testigos que continuaron con las tareas misioneras o que se negaron a formar parte de las organizaciones nazis perdieron sus trabajos y los beneficios sociales y de desempleo, o fueron arrestados.

En respuesta a los esfuerzos nazis por destruir la secta, los Testigos de Jehová se convirtieron en una isla de resistencia espiritual a la demanda nazi de un compromiso alemán absoluto hacia el estado. La Sociedad Internacional de Testigos de Jehová apoyó pública y completamente los esfuerzos de sus hermanos que se encontraban en Alemania. En una convención internacional que se realizó en Lucerna, Suiza, en septiembre de 1936, los delegados de los testigos de todas partes del mundo emitieron una resolución en la que condenaban severamente al régimen nazi. La organización internacional también publicó literatura donde se denunciaba la persecución nazi a los judíos, comunistas y socialdemócratas, y se criticaba la remilitarización de Alemania y la nazificación de las escuelas y universidades, y se condenaba la agresión nazi a las religiones organizadas.