Theresienstadt: vida cultural
A pesar de las terribles condiciones de vida y la constante amenaza de deportación, Theresienstadt tenía una desarrollada vida cultural. Lo que caracterizó la vida cultural del campo-ghetto fue en primer lugar las actividades de miles de artistas profesionales y no profesionales, sus conciertos, funciones de teatro, obras de arte, lecturas de poesías y composición de obras musicales: una expansión de cultura paralela bajo condiciones terriblemente difíciles.
Theresienstadt fue el único campo de concentración en el que se practicó la vida religiosa, en forma más o menos tranquila, comenzando con la celebración de la primera noche de Hanukkah a fines de diciembre de 1941. La biblioteca del ghetto tenía más de 10.000 volúmenes en hebreo. Tanto dentro como fuera del marco de la “universidad abierta”, se dieron más de 2.300 conferencias (más de una por día de la existencia del campo-ghetto) sobre temas tan variados como arte, medicina, economía o historia judía.
El Requiem de Verdi se representó en Theresienstadt. El compositor Viktor Ullmann, alumno de Arnold Schönberg, escribió 20 obras musicales, aunque no pudo terminarlas a todas antes de su deportación en 1944.
Otras figuras de importancia europea o mundial que fueron prisioneros en Theresienstadt son los compañeros compositores de Ullmann, Carlo S. Taube, Gideon Klein, Pavel Haas y Zigmund Schul; los artistas Bedrich Fritta (seudónimo para Fritz Taussig), Leo Haas, Felix Bloch, Max Placek y Peter Kien, quien fue también un talentoso poeta, al igual que Friedl Dicker-Brandeis; el arquitecto Norbert Troller; el teólogo-filósofo Leo Baeck; y el autor de libros y compositor de canciones para niños, Ilse Weber.
Muchos piensan que la ópera de Victor Ullmann, Der Kaiser von Atlantis; oder der Tod dankt ab (El emperador de la Atlántida, o La muerte abdica), escrita con la colaboración de Peter Kien, es una de las creaciones más importantes del legado espiritual de la era del Holocausto. Con igual emoción y reverencia se recuerda la ópera infantil del prisionero de Theresienstadt Hans Krása, Brundibár, que se representó 55 veces durante la existencia del campo-ghetto, y en una ocasión durante la visita de los representantes de la Cruz Roja Danesa e Internacional en 1944.
Quizás el legado más precioso de Theresienstadt sea la colección de pinturas de niños, obra de arte que, más allá de su propio valor intrínseco, es testimonio del coraje de los niños y sus maestros, quienes siguieron viviendo, enseñando, pintando, aprendiendo, y teniendo esperanza, a pesar del constante temor de muerte violenta, un temor basado en una evaluación realista de la situación en que se encontraban.