Con el avance en el conocimiento científico y el progreso tecnológico del último tercio del siglo XIX, especialmente en el ámbito de la biología humana, la psicología, la genética y la evolución, algunos intelectuales y políticos desarrollaron una percepción racista de los judíos. Esta percepción se desarrolló dentro de una perspectiva racista más amplia del mundo basada en nociones de "desigualdad" de "razas" y la supuesta "superioridad" de la "raza blanca" sobre las otras "razas".

La creencia de la superioridad de la "raza blanca" se inspiró y reforzó por el contacto de los colonos-conquistadores europeos con las poblaciones nativas de América, Asia y África, y se afianzó como seudociencia por una tergiversación de la teoría de la evolución conocida como "darwinismo social". Esta teoría postulaba que los seres humanos no eran una sola especie sino que estaban divididos en varias "razas" diferentes que estaban impulsadas biológicamente a luchar entre sí por espacio para vivir a fin de asegurar su supervivencia. Sólo las "razas" con cualidades superiores podrían ganar esta eterna batalla que se materializaba por la fuerza y la guerra. El darwinismo social siempre ha sido el producto de ciencia falaz: hasta el día de hoy, a pesar de un siglo y medio de esfuerzos de los racistas por encontrarla, no existe ninguna ciencia biológica que respalde la teoría del darwinismo social.

Estos nuevos "antisemitas", como se llaman así mismos, se basaron en antiguos estereotipos para sostener que los judíos se comportaban de la forma en que lo hacían, y no cambiarían, debido a las características raciales innatas heredadas desde los albores del tiempo. Basándose también en la seudociencia de la eugenesia racial, sostenían que los judíos propagaron su supuesta nociva influencia para debilitar a las naciones de Europa central no sólo mediante métodos políticos, económicos y de los medios de comunicación, sino también "contaminando" literalmente la supuesta sangre aria pura a través de la endogamia y las relaciones sexuales con no judíos. Argumentaban que los judíos hacían esto deliberadamente para socavar la voluntad y la capacidad de los alemanes o franceses o húngaros de resistir un "impulso judío" biológicamente determinado para dominar el mundo.

Aunque los racistas laicos se basaban en simbolismos y estereotipos religiosos para definir el "comportamiento" judío hereditario, insistían en que los supuestos "rasgos" judíos se transferían de una generación a otra. Dado que los "judíos" no formaban un grupo religioso sino una "raza", la conversión de una persona judía al cristianismo no cambiaba su "judaísmo" racial y por lo tanto era por naturaleza una conversión hipócrita.

A fines del siglo XIX en Alemania y Austria, los políticos aprovecharon el antisemitismo tradicional y racista para sumar votos a medida que se ampliaba el derecho electoral. En sus escritos políticos durante la década de 1920, Adolf Hitler nombró a los dos políticos austriacos que más influenciaron su propio enfoque a la política: Georg von Schönerer (1842-1921) y Karl Lüger (1844-1910). Schönerer trajo el estilo y contenido antisemita racista a la política austriaca en las décadas de 1880 y 1890. Lüger fue elegido alcalde de Viena, Austria, en 1897, no sólo por su retórica antisemita, que para él fue principalmente un instrumento político, sino por sus habilidades oratorias y carisma populista que le permitieron comunicar su mensaje a sectores amplios de la población.