Alice se crió en una aldea checoslovaca. Era la segunda de tres hermanas, y su familia tenía una posición acomodada y era muy unida. Sus padres eran creyentes y participaban activamente en la comunidad judía. Después de que Alemania se anexara partes de Checoslovaquia en marzo de 1939, el antisemitismo se hizo más profundo. Un tío de Alice, que era empresario y se había mudado a Gran Bretaña, ayudó a sus padres a organizar el traslado de Alice junto con sus dos hermanas en un Kindertransport (transporte de niños) hasta Gran Bretaña. Las tres hermanas fueron alojadas en un hogar para niños en el sur de Inglaterra, cerca de la costa. En 1941, tuvieron que ser evacuadas del lugar. Alice estudió en el colegio, se graduó y luego trabajó casi un año en una librería en Londres. En 1943 o 1944, comenzó a trabajar como secretaria bilingüe para el gobierno checo en el exilio. En 1948 emigró a Estados Unidos.
Nos subimos al tren. Por supuesto, fue todo muy emotivo, pero todos aquellos niños íbamos en el mismo barco. Y con nosotras iba otra niña pequeña que se nos unió. Se llamaba Eva Rothberger y tenía también 10 años. Mi hermana mayor tenía 15. Yo acababa de cumplir 14 y mi hermanita tenía 10. La niña que se nos unió, Eva Rothberger, era hija de un amigo de mi tío, así que con ella éramos cuatro. Íbamos muchos niños en el mismo compartimiento, asustados y emocionados. Otros niños también viajaban con nosotras en el mismo barco, y creo que no sabíamos qué esperar. Pero nuestro padre nos había dicho que íbamos a atravesar Holanda y que, como sería el viernes, nos bajaríamos del tren y pasaríamos el Sabat en Ámsterdam o en La Haya, no recuerdo por cuál de las dos pasamos; en todo caso, lo pasaríamos en Holanda. Así que estábamos muy emocionadas por eso, pero cuando llegamos a Holanda la tarde del viernes, las autoridades holandesas nos dijeron que no querían que nos bajáramos del tren. Creo que tenían miedo de que demasiados refugiados se quedaran en la frontera, en Holanda. Así que decidieron que no nos dejarían bajar del tren. En vez de ello, muchas personas vinieron a la estación y nos trajeron chocolate caliente, tabletas de chocolate y galletas, y nos las entregaron a través de las ventanas abiertas del tren. Me sentí muy agradecida por ese gesto. Pensé que eran muy amables, aunque también sentía una gran decepción porque no nos querían en su país. El hecho de que las autoridades holandesas no nos dejaran bajar del tren me dolió, porque me hizo pensar que esas personas no nos querían allí. Quiero decir, no lograba comprenderlo, pero luego estaba muy contenta de que esas personas vinieran y me sentí agradecida hacia ellas porque estaban haciendo algo por nosotros en aquel tren. Así que creo que me consolé con esa idea. Estábamos muy asustadas cuando cruzamos Alemania, porque tuvimos que pasar una inspección. Los soldados alemanes uniformados subieron al tren y revisaron nuestro equipaje. Tuvimos miedo y, por supuesto, cuando dejamos atrás Alemania todos gritamos de júbilo. Estábamos felices de haber salido de Alemania y nos dijimos: "Estamos bien, ya estamos a salvo, a salvo".
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