Norbert J. Yasharoff

El gobierno búlgaro llevó a juicio a un empresario industrial judío, el único que había sido autorizado para seguir trabajando con la legislación antisemita como gerente de la fábrica que le habían expropiado, una fábrica textil. De repente lo llevaron a juicio con cargos de delitos financieros. Se inventaron los cargos. Mi padre, que había sido su abogado desde hacía muchísimos años inició su defensa en este caso. Para todos los judíos que siguieron el juicio y que sabían lo que significaba un cargo por delitos financieros y lo que éste podía acarrear, era obvio que el hombre no sobreviviría, no tendrían piedad con su vida. Pero mi padre invirtió todo su talento jurídico con la esperanza de que con una defensa eficaz podría salvarle. No pudo. Y no solo lo sentenciaron a muerte, sino que obligaron a mi padre a presenciar su ejecución por ahorcamiento. Nunca olvidaré a ese hombre y su rostro cuando regresó de la ejecución aquella tarde. Nunca le había visto tan desolado; estaba completamente desolado y se culpaba a sí mismo por no haber hecho lo suficiente, cuando todos sabían que el juicio era una farsa. Los búlgaros tenían que hacer algo para demostrarles a los alemanes y también a la población en general que los judíos eran explotadores económicos y delincuentes que, a pesar de toda la legislación promulgada en su contra, seguían siendo proclives a perpetrar delitos.