El fiscal principal británico, Sir Hartley Shawcross, pronuncia un último alegato ante el Tribunal Militar Internacional
Murieron 12.000.000 hombres, mujeres y niños, asesinados a sangre fría. Hoy, millones y millones más lloran a sus padres, cónyuges e hijos. ¿Qué derecho a la piedad tiene un hombre que ha participado, aunque sea de manera indirecta, en crimen de ese tipo? Permitamos que Graebe hable nuevamente de Dubno: “Las personas que habían bajado de los camiones (hombres, mujeres y niños de todas las edades) tuvieron que desvestirse por orden de un hombre de las SS que llevaba un látigo para caballos o perros. Tuvieron que dejar su ropa en lugares fijos, ordenada por zapatos, ropa de vestir y ropa interior. Vi un montículo de zapatos de unos 800 a 1.000 pares, pilas inmensas de ropa de vestir y ropa interior. Sin gritar ni llorar, estas personas se desvestían, se reunían en grupos de familiares, se besaban, se despedían y esperaban la señal de otro hombre de las SS, que estaba parado cerca de la fosa, también con un látigo en la mano. Durante los quince minutos que permanecí de pie allí cerca, no escuché ninguna queja o súplica de piedad. Vi a una familia de unas ocho personas: un hombre y una mujer, ambos de casi cincuenta años, con sus niños de uno, ocho y diez años de edad aproximadamente, y dos hijas adultas de unos veinte a veinticuatro años. Una mujer anciana que tenía el cabello blanco como la nieve sostenía en los brazos al niño de un año, mientras le cantaba y le hacía cosquillas. El niño hacía gorgoritos con alegría. La pareja lo miraba con lágrimas en los ojos. El padre sostenía la mano de un muchacho de casi diez años de edad y le hablaba con suavidad; el muchacho luchaba contra sus lágrimas. El padre señaló el cielo, acarició la cabeza del niño y parecía explicarle algo. En ese momento, el hombre de las SS que se encontraba en la fosa le gritó algo a su camarada. Este contó alrededor de veinte personas y les ordenó que se ubicaran detrás del montículo de tierra. Entre ellas se encontraba la familia que mencioné. Recuerdo bien a una niña, delgada y de cabello negro, que al pasar a mi lado, se señaló a sí misma y dijo: ‘veintitrés'”.
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