Selma era la menor de cuatro hijos nacidos de padres judíos. Cuando Selma tenía siete años, se mudó con su familia a la ciudad de Zwolle, donde sus padres administraban un pequeño hotel. Los alemanes invadieron Holanda en 1940 y confiscaron el hotel. La familia tuvo que vivir en una sección judía pobre de la ciudad. Selma se escondió pero fue delatada y enviada al campo de Westerbork. En abril de 1943, fue deportada a Sobibor, donde trabajó en el área de clasificación de ropa. Allí, los prisioneros trataban de guardarse la comida y los objetos de valor y arruinaban la ropa para que los alemanes no la pudieran utilizar. Selma conoció a su futuro marido, Chaim, que estaba ayudando a planificar un levantamiento de prisioneros. Cuando la revuelta comenzó, se escaparon y usaron algo del dinero sacado de las prendas para pagar un refugio en un granero. Se fueron de Polonia después de la guerra debido al violento antisemitismo. Primero se mudaron a Holanda en 1945, luego a Israel en 1951 y finalmente a los Estados Unidos en 1957.
Viajamos tres días y tres noches hasta llegar a Sobibor. A veces cuando el tren se detenía, como en cada vagón de carga había una ventanita arriba, todos trataban de mirar hacia afuera. Entonces, cuando se podía mirar, se veía que la gente que estaba parada afuera nos hacía un gesto como de cortar cabezas. Y nosotros pensábamos que eran antisemitas y que nosotros no les caíamos bien, pero en realidad nos decían que íbamos hacia la muerte. Y, cada vez que el tren paraba, los alemanes empezaban a disparar por la parte de arriba del tren y nos rodeaban con perros, y daba mucho miedo, era espeluznante. Y nosotras, las chicas, tratábamos de mantenernos juntas y nos ayudábamos mutuamente para estar de buen ánimo. Después de tres días y tres noches, pensábamos que estábamos en Rusia. Todos parecían tan pobres, y... no teníamos ni idea de dónde estábamos. Y cuando llegamos y vimos el gran cartel de Sobibor, y entramos, todo parecía muy lindo. Había ventanitas y flores y las casas estaban pintadas de verde y rojo, y se veía muy lindo. Y cuando abrieron las puertas, esas puertas grandes que teníamos para salir, empezaron a gritar y a golpearnos con látigos. Teníamos que salir todos. Y había un carrito, un vagón pequeño como el que usan los mineros, y que se puede abrir, por el que la gente puede salir fácilmente; entonces, allí tiraban a los que no podían caminar y también a los niños que se habían perdido y no encontraban a sus padres. Ellos tenían que entrar en el carrito y ese carrito los llevaba directamente a las cámaras de gas.
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