El programa del Partido Nazi

En febrero de 1920, Hitler presentó un programa de 25 puntos, que se conoció como la plataforma del Partido Nazi, ante una junta de ese partido.

En el programa de 25 puntos, los miembros del Partido Nazi declararon públicamente su intención de segregar a los judíos de la sociedad “aria” y revocar sus derechos políticos, legales y civiles. En el 4.° punto del programa, por ejemplo, se declaraba lo siguiente: 

“Solo un camarada nacional puede ser ciudadano. Solo alguien con sangre alemana, sin importar su religión, puede ser ciudadano. Por lo tanto, ningún judío puede ser ciudadano”.

Los 25 puntos siguieron siendo la declaración oficial de las metas del partido, aunque en años posteriores se ignoraron muchos puntos.

Propaganda antisemita

Aunque existían otros partidos políticos antisemitas, solo el Partido Nazi tuvo éxito en reclutar gran cantidad de seguidores. Los propagandistas nazis aprovecharon las imágenes y los estereotipos preexistentes para proyectar una imagen falsa de los judíos. En esta falsa imagen, los judíos eran una “raza extranjera” que se alimentaba de la nación anfitriona, envenenaba su cultura, capturaba su economía y esclavizaba a sus trabajadores y agricultores. Los nazis decían que la “mezcla de razas” a través del matrimonio debilitaba a Alemania.

Esta odiosa descripción, aunque no era nueva ni exclusiva del Partido Nazi, se convirtió en una imagen respaldada por el estado. Cuando el régimen nazi reforzó su control sobre la prensa y otras publicaciones después de 1933, los propagandistas adaptaron los mensajes a diversos públicos, entre ellos los alemanes que no eran nazis y que no leían los periódicos del partido.

Las muestras públicas de antisemitismo en la Alemania nazi adoptaron diversas formas, desde carteles y periódicos, hasta películas y discursos en la radio. Los propagandistas ofrecían un lenguaje antisemita más sutil a los alemanes educados de clase media que se sentían ofendidos por las caricaturas groseras. Los profesores universitarios y los líderes religiosos impartían respeto a los temas antisemitas, y los incorporaban en sus discursos y en los sermones de la iglesia.

Otros marginados

Los judíos no fueron el único grupo excluido de la visión de la “comunidad nacional”. La propaganda ayudó a definir quién quedaría excluido de la nueva sociedad y justificó las medidas que se tomaron contra los “marginados”. Entre estos denominados marginados se incluía a judíos, romaníes (gitanos), homosexuales, testigos de Jehová y alemanes que se consideraba que eran genéticamente inferiores y dañinos para la “salud nacional” (personas con enfermedades mentales y discapacidades físicas o intelectuales, epilépticos, personas con sordera o ceguera congénita, alcohólicos crónicos, drogadictos y otros).

Como escribió en sus memorias de posguerra una alemana que participó activamente en los programas para la juventud nazi:

“Me convertí en nacionalsocialista porque la idea de la comunidad nacional me inspiró... De lo que no me di cuenta fue de la cantidad de alemanes que no eran considerados merecedores de pertenecer a esta comunidad”.

Identificación, aislamiento y exclusión

La propaganda también ayudó a sentar la base para el anuncio de importantes estatutos antisemitas que se llevó a cabo el 15 de septiembre de 1935 en Nuremberg, sobre los que se formaron las leyes raciales de Nuremberg. Los decretos se establecieron tras una ola de violencia antisemita perpetrada por radicales impacientes del Partido Nazi. Las leyes de Nuremberg se formaron a partir de dos leyes distintas. La Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes prohibía el matrimonio y las relaciones sexuales extramaritales entre judíos y personas de “sangre alemana” o “sangre relacionada”. La Ley de ciudadanía del Reich definía a los judíos como “súbditos” del estado, una categoría de segunda clase.

Las leyes afectaron a unos 450.000 mil “judíos completos” (definidos como los judíos que pertenecían a la religión judía y tenían tres o cuatro abuelos judíos), y a 250.000 de otras categorías (incluidos los judíos conversos y los Mischlinge, los que tenían algún origen judío). En total, sumaban un poco más del uno por ciento de la población alemana. Durante meses antes del anuncio de las “leyes de Nuremberg”, la prensa del Partido Nazi incitó agresivamente a los alemanes en contra de la contaminación racial, y uno de los temas principales fue la presencia de los judíos en las piscinas públicas.

Control de las instituciones culturales

A través del control que ejercía la Cámara de Cultura del Reich sobre las instituciones culturales como los museos, los nazis crearon nuevas oportunidades para difundir la propaganda antisemita. La más memorable de estas fue una exposición llamada Der Ewige Jude (el Judío eterno), que atrajo a 412.300 visitantes, más de 5.000 por día, en el museo Deutsches de Munich, de noviembre de 1937 a enero de 1938. La exposición estuvo acompañada de actuaciones especiales del Teatro Estatal de Bavaria, en las que se reiteraban los temas antisemitas que se presentaron en la exposición. Los nazis también asociaban a los judíos con el “arte degenerado”, que fue tema de una exposición complementaria en Munich a la que asistieron dos millones de personas.

Posteriormente, en una película que llevó el mismo nombre, se proyectaron unas secuencias antisemitas famosas. En estas escenas se comparaba a los judíos con ratas transmisoras de infecciones que inundaban el continente y devoraban valiosos recursos. Der ewige Jude se distinguió por varias razones. Contenía caracterizaciones viles y vulgares que se acentuaron con la horripilante secuencia de un carnicero judío que sacrificaba reses en forma ritual. También se hacía un excesivo énfasis en la naturaleza supuestamente extranjera de los judíos de Europa Oriental. En una de las secuencias de la película se muestran “estereotipos” de judíos polacos con barba, que después de afeitarse se transforman en judíos con un “aspecto occidental”. Estas escenas de “desenmascaramiento” estaban dirigidas a mostrar al público alemán que no había diferencias entre los judíos que vivían en los guetos de Europa Oriental y los que habitaban los vecindarios alemanes.

Der ewige Jude termina con el tristemente célebre discurso de Hitler ante el Reichstag el 30 de enero de 1939: “Si la comunidad financiera judía internacional dentro y fuera de Europa tuviera éxito en hundir a las naciones una vez más en una guerra mundial, entonces el resultado no sería la… victoria de la judería, sino la aniquilación de la raza judía en Europa”. El discurso parecía ser una señal de radicalización de la solución al “problema judío” con la “solución final” por venir, y fue un presagio de los asesinatos masivos.

Incitación al odio y popularización de la indiferencia

Aunque la mayoría de los alemanes no estaba de acuerdo con la violencia antisemita, la aversión por los judíos, que era fácil despertar en tiempos difíciles, se extendió más allá de quienes eran leales al Partido Nazi. La mayoría de los alemanes aceptaba, al menos pasivamente, la discriminación contra los judíos. En un informe clandestino que preparó en enero de 1936 un observador de los líderes del Partido Socialdemócrata Alemán en el exilio se señaló lo siguiente: “La sensación de que los judíos pertenecen a otra raza se ha generalizado en la actualidad”.

Durante los tiempos que precedieron a las nuevas medidas contra los judíos, las campañas propagandísticas crearon una atmósfera en la que se toleraba la violencia contra ellos. En algunos casos, en las campañas se explotó la violencia calculada y espontánea que se suscitaba. La meta era alentar a la pasividad y la aceptación de las leyes y los decretos antisemitas, como un vehículo para restaurar el orden público. La propaganda que demonizó a los judíos también sirvió para preparar a la población alemana, en el contexto de una emergencia nacional, para medidas más duras, como las deportaciones en masa y eventualmente, el genocidio.