La liberación de los campos nazis - Fotografía

A medida que las tropas aliadas avanzaron por Europa en una serie de ofensivas contra la Alemania nazi en 1944 y 1945, empezaron a encontrar campos de concentración, fosas comunes y otras pruebas de crímenes cometidos por los nazis. Majdanek, cerca de Lublin, Polonia, fue el primer campo de concentración liberado por las fuerzas aliadas. Las tropas soviéticas se encontraron con numerosos prisioneros que habían sido abandonados después de que el personal del campo fue evacuado en el verano de 1944. También encontraron pruebas sustanciales de los asesinatos en masa que el personal de la Alemania nazi cometió en Majdanek.

En enero de 1945, los soviéticos liberaron Auschwitz, el mayor campo de exterminio y concentración. Los alemanes en retirada habían obligado a la mayoría de los prisioneros de Auschwitz a marchar hacia el oeste, en lo que se conocería como “marchas de la muerte”. Los nazis también destruyeron la mayoría de los almacenes del campo, pero los soviéticos encontraron objetos personales de las víctimas en los que quedaron. Entre estos artículos personales había cientos de miles de trajes de hombres, más de 800,000 prendas de mujeres y más de 14,000 libras de cabello humano.

El 11 de abril de 1945, las fuerzas estadounidenses liberaron a más de 20,000 prisioneros del campo de concentración de Buchenwald, cerca de Weimar, Alemania. También liberaron Dora-Mittelbau, Flossenbürg, Dachau y Mauthausen en abril y mayo de 1945.

Las fuerzas británicas liberaron los campos de concentración del norte de Alemania, incluidos Neuengamme y Bergen-Belsen. Entraron al campo de concentración de Bergen Belsen, cerca de Celle, a mediados de abril de 1945. Aproximadamente 60,000 prisioneros, la mayoría en estado grave por una epidemia de tifo, fueron hallados con vida. 

Solo después de la liberación de los campos se expuso al mundo todo el alcance de los horrores nazis. Los liberadores se enfrentaron a condiciones indescriptibles en los campos nazis, donde había montones de cadáveres sin enterrar. Los pocos reclusos que sobrevivieron parecían esqueletos debido a las exigencias de los trabajos forzados y a la falta de alimentos, agravada por meses y años de maltrato. Muchos estaban tan débiles que apenas podían moverse. Las enfermedades seguían siendo un peligro constante, y muchos de los campos tuvieron que ser incendiados para evitar la propagación de epidemias. Los sobrevivientes de los campos se enfrentaron a una larga y difícil recuperación.