Hanne Hirsch Liebmann

Una trabajadora social de la Sociedad de Ayuda para los Niños vino a ver a mi madre y le explicó que existía un pueblo, Le Chambon, que quería ayudar a los jóvenes, sacarlos del campo, y le preguntó si estaría de acuerdo en dejarme marchar. Mi madre me preguntó si quería irme, y le respondí que sí, por supuesto. Y en ningún momento me dijo que me extrañaría o que no quería que me fuese, ni nada parecido. Me permitió irme. Me amaba lo suficiente como para dejarme marchar. Porque había padres que no dejaban que sus hijos se fuesen. Sí, no se extrañe, había padres que no dejaron que sus hijos se fuesen. Por increíble que pueda parecer, se resistían. Mi madre me permitió irme, junto con otros seis jóvenes adolescentes; a comienzos de septiembre de 1941 partimos hacia Le Chambon. Y Le Chambon era, por supuesto, un paraíso para nosotros. Éramos libres. Vivíamos en una casa, bastante rústica, pero casa al fin. La comida también era muchísimo mejor. De hecho, al principio no alcanzábamos a comernos todo el pan que teníamos. No es que fuera mucha cantidad, sino que era más de la que podíamos comer. Así que lo tostábamos hasta que se secaba por completo y se quedaba muy duro, lo envolvíamos en pequeños paquetes y los enviábamos al campo, porque nuestra preocupación constante era qué estaba sucediendo en el campo. Así que todos hacíamos esos pequeños paquetes y los mandábamos al campo.