Las iglesias alemanas y el estado nazi - Fotografía

La jerarquía y el clero de las iglesias protestantes y de la católica romana de Alemania fueron en gran medida cómplices en la persecución de los judíos.

La mayoría de los jerarcas cristianos de Alemania recibieron con gusto el ascenso del nazismo en 1933. No se pronunciaron en contra de su discurso de odio ni de la violencia. Después de 1933, la mayoría no dijo nada de las medidas legales que de manera progresiva despojaron a los judíos de sus derechos. Algunos jerarcas eclesiásticos, en particular dentro del muy nacionalista movimiento “cristiano alemán”, apoyaron con entusiasmo al régimen nazi.

Solo una pequeña minoría de jerarcas religiosos, ministros y sacerdotes, generalmente de parroquias aisladas, se pronunciaron en contra del racismo nazi, condenaron en sus sermones dominicales la persecución de los judíos, les proporcionaron ayuda o los ocultaron. Sin el apoyo de sus jerarcas e instituciones, las voces de la disidencia tuvieron muy poco efecto en la política del gobierno. Las iglesias de toda Alemania también ayudaron a facilitar la implementación de las leyes raciales, proporcionando a la gente copias de las actas de bautismo de las familias. El régimen utilizó estas actas para determinar el origen racial de las personas y el de sus padres y abuelos.

Las respuestas de la Iglesia a la persecución de los judíos estaban influenciadas por las formas tradicionales de antisemitismo religioso con profundas raíces en la historia de la cristiandad. El clero y la jerarquía eclesiástica también estaban influenciados por las tendencias políticas y sociales más extensas de Alemania después de la Primera Guerra Mundial, incluido el auge del nacionalismo y de los movimientos comunistas. Las iglesias veían en el comunismo la antítesis del cristianismo. Temían una revolución comunista, particularmente después de la revolución bolchevique de Rusia en 1917, la cual llevó a actividades revolucionarias de izquierda en Alemania. El apoyo a la represión del comunismo y la necesidad de restablecer la economía de Alemania y su condición como potencia mundial después de la Primera Guerra Mundial, por lo general tuvieron más peso que el disgusto de la jerarquía eclesiástica ante las opiniones raciales, paganas y nacionalistas de origen étnico que muchos veían en el nazismo.

Debido a la historia de persecución de la Iglesia Católica en Alemania y a su postura política moderada antes de 1933 (el “Partido del Centro”, de afiliación católica, se unió a los gobiernos de coalición de la era de Weimar), los jerarcas católicos sospechaban más del partido nazi. Se enfocaron en preservar las instituciones católicas, desde escuelas hasta grupos juveniles. Y, al igual que algunas iglesias protestantes, protegieron a sus fieles bautizados de ascendencia judía, los cuales eran perseguidos de conformidad con las leyes raciales nazis. Los jerarcas de la Iglesia Católica se opusieron abiertamente a la esterilización forzosa de las personas con discapacidades, debido a la doctrina religiosa que prohíbe interferir con la reproducción. Algunos jerarcas tanto católicos como protestantes denunciaron también la matanza de los alemanes recluidos en instituciones médicas a través del programa de asesinatos por “eutanasia” durante la guerra.

El 9 y 10 de noviembre de 1938, los dirigentes nazis lanzaron una serie de pogromos, en lo que se conoció como la Kristallnacht (la Noche de los Cristales Rotos), contra la población judía de Alemania y los territorios recientemente incorporados. Ningún jerarca eclesiástico destacado protestó públicamente contra estos violentos ataques. Y en esto fueron tan cómplices como los directores de universidades y empresas, así como los altos rangos militares que también guardaron silencio durante tales eventos, aun cuando muchos de ellos los reprobaban. Incluso si la jerarquía eclesiástica se hubiera pronunciado en contra del terror y la violencia después de la Kristallnacht, probablemente ya era demasiado tarde. Hacia finales de la década de 1930, el régimen nazi ya tenía un control total del discurso y de los espacios públicos. Las herramientas de represión, desde la reclusión en campos de concentración sin juicio hasta la ejecución, ya estaban establecidas.