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El 13 de mayo de 1939, el transatlántico alemán St. Louis zarpó de Hamburgo (Alemania) con destino a La Habana (Cuba). A bordo viajaban 937 pasajeros. Casi todos eran judíos que huían del Tercer Reich. La mayor parte eran ciudadanos alemanes; algunos provenían de Europa Oriental y unos pocos eran oficialmente “apátridas”. Casi todos los pasajeros judíos habían solicitado visas para los EE. UU. y tenían planeado permanecer en Cuba solo hasta que pudieran entrar a ese país.

Sin embargo, para el momento en que el St. Louis zarpó, ya había indicios de que Cuba podría impedir su desembarco debido a las condiciones políticas que imperaban en ese país. Aunque el Departamento de Estado de los EE. UU. en Washington, el consulado estadounidense en La Habana, algunas organizaciones judías y las organizaciones de refugiados estaban al tanto de la situación, los pasajeros no recibieron esta información; al final, la mayoría se vio obligada a regresar a Europa.

Antes de la travesía

Desde el pogrom de Kristallnacht (que significa literalmente la “Noche de cristal”, pero es mejor conocida como la “Noche de los cristales rotos”) del 9 y 10 de noviembre de 1938, el gobierno alemán había estado intentando acelerar el ritmo de la emigración forzosa de judíos. El Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ministerio de Propaganda de Alemania esperaban también aprovecharse de que otros países no estaban dispuestos a admitir a los judíos para justificar las metas y políticas antisemitas del régimen nazi, tanto a nivel nacional como en el mundo en general.

Incluso desde antes de que el navío zarpara, en la Hamburg-Amerika Line, propietaria del St. Louis, se sabía que era posible que los pasajeros tuvieran problemas para desembarcar en Cuba. Sin embargo, los pasajeros, que tenían en su poder certificados de desembarco expedidos por el director general de migración de Cuba, no sabían que tan solo una semana antes de que zarpara el barco, el presidente cubano Federico Laredo Bru había promulgado un decreto que invalidaba todos los certificados de desembarco expedidos recientemente. Para entrar a Cuba era necesario contar con una autorización por escrito de los secretarios de estado y de trabajo de Cuba, así como el pago de una fianza de $500 dólares (misma que los turistas de los EE.UU. estaban exentos de pagar).

Hostilidad hacia los inmigrantes en Cuba

Refugiados judíos a bordo del barco de refugiados

La travesía del St. Louis atrajo la atención de los medios de comunicación. Incluso antes de que el barco zarpara de Hamburgo, los periódicos cubanos de derecha anunciaron su inminente llegada y exigieron que el gobierno pusiera fin a la continua admisión de refugiados judíos. De hecho, los pasajeros se volvieron víctimas de una amarga lucha en el interior del gobierno cubano. El director general de la oficina de migración de Cuba, Manuel Benítez González, se encontraba bajo un fuerte escrutinio público debido a la venta ilegal de certificados de desembarco. Según cálculos estadounidenses, se había dedicado a vender ese tipo de documentos por más de $150 dólares cada uno, y había amasado una fortuna personal de entre $500.000 y $1.000.000 de dólares. A pesar de que era el protegido del jefe del estado mayor del ejército cubano (y futuro presidente) Fulgencio Batista, el enriquecimiento de Benítez por medio de la corrupción había generado suficiente resentimiento en el gobierno cubano como para provocar su renuncia.

No era tan solo el dinero, sino la corrupción y las luchas de poder internas lo que estaba en juego en Cuba. Al igual que los Estados Unidos y América en general, Cuba tenía dificultades debido a la Gran Depresión. Muchos cubanos estaban resentidos por la cantidad relativamente grande de refugiados (incluidos 2.500 judíos) que el gobierno de Cuba ya había admitido, debido a que consideraban que estaban compitiendo por los escasos empleos disponibles.

La hostilidad contra los inmigrantes alimentó el antisemitismo y la xenofobia. Los agentes de la Alemania nazi y los movimientos locales de extrema derecha empeoraron el odio hacia los inmigrantes con sus publicaciones y manifestaciones, diciendo que los judíos que entraban al país eran comunistas. Dos de esos periódicos —el Diario de la Marina, propiedad de la influyente familia Rivero, y Avance, propiedad de la familia Zayas— habían apoyado al general Francisco Franco, el líder fascista de España quien, después de una guerra civil de tres años, acababa de derrocar a la República de ese país en la primavera de 1939 con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista.

Los informes sobre la inminente travesía del St. Louis provocaron una enorme manifestación antisemita en La Habana el 8 de mayo, cinco días antes de que el barco zarpara de Hamburgo. Ramón Grau San Martín, un expresidente cubano, fue el patrocinador de esta manifestación antisemita, la más grande de la historia cubana. Primitivo Rodríguez, portavoz de San Martín, urgió a los cubanos a “luchar contra los judíos hasta expulsar al último de ellos”. La manifestación atrajo a 40.000 espectadores. Miles más la escucharon por la radio.

Llegada del St. Louis a la Habana

Refugiados a bordo del

Cuando el St. Louis llegó al puerto de La Habana el 27 de mayo, el gobierno cubano admitió a 28 pasajeros, 22 de los cuales eran judíos y contaban con visas estadounidenses vigentes; los seis restantes, cuatro ciudadanos españoles y dos cubanos, contaban con documentos de ingreso válidos. Un pasajero más, después de un intento de suicidio, fue evacuado a un hospital de La Habana. Los 908 pasajeros restantes (un pasajero murió por causas naturales durante la travesía), incluido un empresario judío húngaro que no era refugiado, habían estado esperando sus visas de ingreso y solo portaban visas de tránsito cubanas expedidas por Benítez González. Había 743 en espera de recibir visas estadounidenses. El gobierno cubano se rehusó a admitirlos o a permitir que desembarcaran.

Después de que Cuba le negó la entrada a los pasajeros del St. Louis, la prensa europea y de América, incluidos los medios de los Estados Unidos, llevaron la historia a millones de lectores de todo el mundo. Aunque por lo general los periódicos estadounidenses comunicaron las dificultades de los pasajeros con gran compasión, solo unos pocos periodistas y jefes de redacción sugirieron que los pasajeros debían ser admitidos en los Estados Unidos.

El 28 de mayo, al día siguiente de que el St. Louis atracara en La Habana, Lawrence Berenson, un abogado que representaba al Comité Conjunto para la Distribución de los judíos (Joint Distribution Committee, JDC), cuya sede se encontraba en los EE. UU., llegó a Cuba para negociar en nombre de los pasajeros. Berenson, quien había sido presidente de la Cámara Cubano-Americana de Comercio, contaba con extensa experiencia de negocios en Cuba. El empresario se reunió con el presidente Laredo Bru, pero no logró persuadirlo de que admitiera a los pasajeros en Cuba. El 2 de junio, Laredo Bru ordenó que el barco saliera de aguas cubanas. A pesar de eso, y mientras el St. Louis navegaba lentamente hacia Miami, las negociaciones continuaron. Laredo Bru ofreció admitir a los pasajeros si el JDC pagaba una fianza de $453.500 dólares ($500 por pasajero). Berenson hizo una contraoferta, pero Laredo Bru rechazó la propuesta y puso fin a las negociaciones.

Pues no dejábamos de tener la esperanza de que algo sucedería. No iban a dejar que nos pudriéramos en el mar. O sea, tendrían que hacer algo con nosotros. Por supuesto, teníamos el temor de que acabaríamos regresando a Alemania.

Gerda Blachmann Wilchfort

En busca de refugio

Mientras navegaban tan cerca de Florida que podían ver las luces de Miami, algunos pasajeros del St. Louis le enviaron cables al presidente Franklin D. Roosevelt pidiéndole refugio. Roosevelt nunca les respondió. El Departamento de Estado y la Casa Blanca habían decidido no emprender medidas extraordinarias para permitir la entrada de los refugiados a los Estados Unidos. En un telegrama que el Departamento de Estado le envió a uno de los pasajeros, se le informaba que debían “tomar su turno en la lista de espera y calificar para obtener visas de inmigrantes antes de poder ser admitidos en los Estados Unidos”. Los diplomáticos de los EE. UU. en La Habana intervinieron una vez más ante el gobierno cubano para que admitiera a los pasajeros por razones “humanitarias”, pero no tuvieron éxito.

Obstáculos para emigrar a los Estados Unidos

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Las cuotas establecidas en la Ley de migración y nacionalidad de los EE. UU., promulgada en 1924, limitaban estrictamente la cantidad de inmigrantes que podían ser admitidos a ese país cada año. En 1939, la cuota migratoria conjunta de Alemania y Austria, que era de 27.370, se llenó rápidamente. De hecho, había una lista de espera de por lo menos varios años. La única forma en que los funcionarios de los EE. UU. hubieran podido otorgarles visas a los pasajeros del St. Louis habría sido negándoselas a los miles de judíos alemanes que ya estaban en la lista de espera. Aunque la opinión pública de los Estados Unidos ostensiblemente mostraba compasión por las dificultades de los refugiados y criticaba las políticas de Hitler, siguió favoreciendo las restricciones migratorias.

La Gran Depresión había dejado a millones de norteamericanos sin trabajo y temerosos de la competencia por los escasos empleos que estaban disponibles. Además, empeoró el antisemitismo, la xenofobia, el relativismo y el aislacionismo. Una encuesta de la revista Fortune que se llevó a cabo en esa época, indicó que el 83 por ciento de los norteamericanos se oponía a disminuir las restricciones de migración. El presidente Roosevelt pudo haber expedido una orden ejecutiva para admitir a los refugiados del St. Louis, pero esta hostilidad generalizada contra los inmigrantes, las victorias de los republicanos aislacionistas en las elecciones del Congreso de 1938, y el hecho de que Roosevelt pensaba postularse para un tercer período presidencial sin precedente, fueron algunas de las consideraciones políticas que le impidieron tomar esta medida extraordinaria en favor de una causa que no tenía popularidad.

Roosevelt no era el único renuente a oponerse a la opinión de la nación en el asunto de la migración. Tres meses antes de que zarpara el St. Louis, los líderes de ambas cámaras legislativas de los EE. UU. impidieron que un proyecto de ley patrocinado por el senador Robert Wagner (demócrata por Nueva York) y la congresista Edith Rogers (republicana por Massachussets) saliera del comité para su promulgación. Este proyecto de ley habría admitido a 20.000 niños judíos por encima de la cuota autorizada, que provenían de Alemania.

En mayo de 1939 zarparon dos navíos más pequeños que transportaban a refugiados judíos hacia Cuba. El barco francés Flandre transportaba a 104 pasajeros, y el Orduña, un navío británico, a 72. Al igual que el St. Louis, no se permitió que estos barcos atacaran en Cuba. El Flandre regresó a su origen en Francia, mientras que el Orduña continuó hacia varios puertos latinoamericanos. Al final, sus pasajeros desembarcaron en la zona del canal de Panamá controlada por los Estados Unidos, que eventualmente admitió a la mayoría.

Regreso a Europa

El viaje del St. Louis

Después de que el gobierno de los EE. UU. se rehusó a permitir que los pasajeros del St. Louis desembarcaran, el barco regresó a Europa el 6 de junio de 1939. Sin embargo, sus pasajeros no regresaron a Alemania. Las organizaciones judías (en particular el Comité Conjunto para la Distribución de los judíos) negociaron con cuatro gobiernos europeos para obtener visas para los pasajeros:

  • Gran Bretaña aceptó a 288 pasajeros.
  • En los Países Bajos se admitió a 181 pasajeros.
  • Bélgica aceptó a 214 pasajeros.
  • En Francia encontraron refugio temporal 224 pasajeros.

Los 288 pasajeros admitidos en Gran Bretaña sobrevivieron la Segunda Guerra Mundial con excepción de uno, que murió durante un ataque aéreo en 1940. De los 620 pasajeros que regresaron al continente, 87 (el 14%) lograron emigrar antes de la invasión alemana a Europa occidental que se llevó a cabo en mayo de 1940. Cuando Alemania conquistó Europa occidental, 532 pasajeros del St. Louis quedaron atrapados. Solo 278, un poco más de la mitad, sobrevivieron al Holocausto. Murieron 254: 84 que estaban en Bélgica, 84 que habían encontrado refugio en Holanda y 86 que habían sido admitidos a Francia.